martes, 23 de agosto de 2011

Agenda de ReflexionN° 738 - La Argentina trash Segunda Parte




Cansado de los tipos puros

Todas las noches eran iguales. Luis Ventura recibía en la redacción el ejemplar caliente de la revista Paparazzi, se iba a su casa de Lanús y dejaba deliberadamente el número sobre la mesa de la cocina. Todas las mañanas eran iguales. Ventura se levantaba, preparaba un mate y miraba de reojo a su suegra. En ese entonces su suegra vivía. En ese entonces vivía con ellos. La suegra de Ventura -que no había terminado la escuela primaria- miraba la Paparazzi con ojo virgen y, desde atrás, Ventura miraba a su suegra como se mira a un niño en una cámara Gesell. ¿Dónde se detenía? ¿Dónde seguía de largo? Esas observaciones, sumadas a un trajinar perpetuo por bares, trenes y quioscos de diarios construyeron el ojo de Ventura: un hábil conocedor y formador del gusto popular. Un hombre que hoy -gracias al buen funcionamiento de ese ojo- puede volver a Lanús en tren o en un Mercedes Benz, según el día. Según las necesidades.

Ventura es, para muchos, el padrino de la televisión basura. Pero él tiene algo para decir al respecto: “La Argentina es hipócrita. La Argentina está llena de chorros comprobados que después aparecen en la vidriera de personajes de un montón de revistas como si fueran el D’Artagnan de Los tres mosqueteros. Pero la gente no se indigna con ellos sino con un tipo como Fort, que no hace nada con su vida pero al menos no robó ningún banco, y cuyo mayor pecado es tener plata y mostrarla. Los medios nos critican a nosotros, pero después nos llaman para pedirnos datos y los publican sin citar la fuente. Yo fui el primero en leer en mi programa de radio, Ciudad Gótica, las cifras de los contratos de 6, 7, 8 . Llamaron tantos medios que dejé un juego para que repartieran fotocopias en la entrada de la radio. Se las llevaron 53 medios, tengo la lista, pero ninguno citó la fuente, porque hubiera sido ?cache’ nombrarnos. Estoy cansado de los tipos puros. Después ves las obras de teatro que ellos te recomiendan y no va ni el loro”.

Ventura es hijo de periodista, sobrino de periodista, hermano de periodista, padre de periodistas. Se formó en el diario Crónica, después trabajó en Flash y finalmente devino un hábil fabricante de acontecimientos. Nada nuevo dentro del periodismo: así como los diarios y las revistas publican notas de tendencias basadas en dudosos estudios de -por caso- la Universidad de Iowa, Ventura hace lo propio en su terreno: construye personajes a la medida de los usos y costumbres de un grupo social. Y eso que para muchos es basura para otros es simplemente un andamiaje que sostiene y alimenta los relatos del consumo de las clases populares.

“La prensa popular, al estar más condicionada a la aceptación del público, tiene más porosidad al espíritu de los tiempos que la prensa elitista, comprometida en el respeto de los cánones -dice Adriana Amado-. Esta prensa capta más rápidamente las tendencias sociales y es más sensible a los gustos de los grandes públicos, lo que la lleva a ser demagógica hasta el cinismo, uno de los aspectos más despreciables de este periodismo.”

“Las revistas del corazón tienen un saber que me parece respetable -opina Seselovsky-. Escuchan y reconocen íntimamente a su lector, y sobrevive el medio que logra encontrar y construir esa voz popular. Pronto sabe que si se casa la actriz de Betty la Fea, para ellos ‘es tapa’. Y lo sabe porque ‘es tapa’ para sus lectores, que están esperando esa voz construida y reconocible. ¿Por qué siguió adelante Paparazzi y no TXT? La progresía bienpensante te va a decir, mientras se acomoda la chomba dentro de las bermudas, que este es un país comebasura. Yo prefiero pensar que las revistas populares, a veces, tienen el oído más fino.”

Daniela Gutiérrez, especialista en Educación y miembro de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Flacso, disiente: “Creo que el concepto ’saber’ le queda algo grande al asunto. Las revistas del corazón son un género y en ese sentido tienen una forma, una lógica, leyes que rigen la escritura y la lectura que van construyendo el pacto entre el productor y el consumidor de ese producto. Hay ahí un know how, en todo caso, pero ’saber’ requeriría que los propios periodistas pudieran pensar críticamente las condiciones de producción de las revistas, de la industria del entretenimiento en este tiempo y eventualmente, como hace Barcelona, darle un giro desde el humor o el cinismo”.

Televisión peronista

Afuera también hay, o casi. En Estados Unidos están los shows de Jerry Springer y Oprah Winfrey; la RAI tiene sus momentos tremendos (para más datos, ver el documental Videocracy ); gran parte de la programación de TF en Francia es tinelliana; la Deutsche Welle tiene programas donde -por ejemplo- un montón de gente disfrazada canta cosas como “Barrilito de cerveza” mientras come chucrut y salchichas; en Japón hay programas de juegos inverosímiles, y el resto de América latina se parece bastante a la Argentina.

Pero nada es igual.

“En España son mucho más ingenuos -asegura el escritor Hernán Casciari desde Barcelona, donde hoy vive-. Hay un Ricardo Fort. Se llama Belén Esteban y los medios la llaman ‘la princesa del pueblo’. Los analistas la analizan, la gente la mira, nadie parece quererla, pero no la pueden dejar de mirar. Igualmente, nada se compara con la Argentina. Lo de España es lo mismo, pero en escala infantiloide. En la Argentina hay tal nivel de ironía y de esquizofrenia que todo se mezcla y es denso, oscuro y mortal”.

¿Por qué acá y no en otro lado? ¿Por qué nuestra televisión -que es lo mismo que decir “nosotros”- llega hasta el bajo fondo de sus posibilidades? D’Espósito tiene una teoría: dice que cada sociedad se moldea de acuerdo con un arte en particular, con una forma del pensar específica que tiene que ver con el momento de su consolidación como grupo. Los alemanes, dice, se consolidaron con la filosofía y la música de cámara; los franceses, a través de la escritura; los italianos, de la pintura y la ópera; los estadounidenses, que fueron la cima de la modernidad tecnológica, se crearon un arte: el cine (su televisión está impregnada por los modos y los relatos del cine). “Y los argentinos, que entramos en la modernidad de verdad con el peronismo (y la televisión es la continuación del peronismo por medios… electrónicos) lo hicimos con la televisión -concluye D’Espósito-. Todo nuestro imaginario gira alrededor de la televisión. Y eso crea el mito de que si no aparecés en la televisión no existís, y que existir es tener poder y dinero, o viceversa”.

En la Argentina, el primer programa que jugó a tomar gente “de a pie” y transformarla en estrella fue El espejo para que la gente se mire, que se emitió entre 1984 y 1986. Pero el comienzo no estuvo exactamente ahí, sino en Mauro Viale: el pionero en entender, cuando ocurrió el caso Coppola, que un personaje sin talento podía ser una mina de oro. Después llegaron otros productos “democráticos” (Televisión abierta, el Zap! de Marcelo Polino) pero la televisión trash sólo encontró su nuevo punto de inflexión, el definitivo, el 10 de marzo de 2001, con la llegada de Gran Hermano. Fue, para muchos, el engranaje transparente que permitía ver todos los ingredientes de la Argentina trash: falta de talento, desesperación, fugacidad, impudicia.

“Es interesante preguntarse en qué medida el mundo televisivo ha ido ocupando algunas parcelas de ese espacio que alguna vez llamamos ciudad -dice el periodista Jorge Dorio, quien durante algunos años integró los paneles de debate de Gran Hermano -. Puestos en esa lectura, el artefacto televisivo se vuelve más una ventana que un escenario. En la televisión basura está marcada contundentemente la frontera entre los expositores y el ganado freak. En ese paisaje no hay esperanza alguna de movilidad social, del mismo modo que no hay riesgo de real transgresión por parte de las fugaces estrellas bizarras. Convengamos en que ellas carecen de toda voluntad revulsiva; su obsesión no es cuestionar, sino pertenecer. Y un panorama semejante es tranquilizador para el establishment, en muchos sentidos.”

Ellos, entonces, quieren pertenecer, suponiendo que saben qué quieren. ¿Por qué Fernandito el Amigacho puede pasarse la vida entera mostrando su único “talento”: hablar con la che? ¿Por qué pasan los años y Silvia Süller sigue llorando por Silvio Soldán frente a las cámaras? ¿Por qué Ricardo Fort, teniendo la oportunidad de recluirse en un cómodo y piadoso anonimato, elige vestirse de mariachi, hablarle de amor a una vedette, ser rechazado en público y decir: “Pero nena, vos me debés todo, yo te pagué hasta los dientes”? ¿Por qué viven en el cadalso con la urgencia ya no de intentar irse, sino de quedarse ahí para siempre?

“El mediático es un sujeto social interesante precisamente porque, íntimamente, no es el dinero lo que más lo impulsa -dice Seselovsky-. Desde ya que quieren ganarlo y hacen todo lo posible por vender sus shows, pero hay otras forma de hacer plata sin ese grado brutal de exposición. El mediático, el tipo que está dispuesto a multiplicar su absurdo personal frente a millones de personas que lo están viendo, tiene una estructura más sombría que la mera pulsión de hacer plata. Ricardo García tiene que tener formas menos expuestas de ganar dinero que desmayándose en cámara, pero por alguna razón el tipo eligió ésa. Con respecto a la conciencia de su propio patetismo, yo creo que si el mediático no estuviera vacunado contra ella, no arrancaría. Andá a decirle al Mago Sindientes que su personaje es de una tristeza infinita. El tipo se te va a quedar mirando y te va a decir: ‘¿Y?’ Además, si se mira bien, las últimas apariciones mediáticas son cada vez más marginales: el travesti que canta temas de Pappo en el programa Pasión de sábado nos está diciendo que la guita no es el tema.”

El tema, opina Seselovsky, quizá sea la fama. Y para que esa fama exista es imprescindible que haya una relación entre el sujeto mediático y su platea. Seselovsky lo grafica de este modo: alguien (Zulma Lobato, Joaquín Starosta) quiere acceder al reconocimiento público. Entonces se abre un contrato entre él y nosotros, sus espectadores, que tenemos lo que él quiere: la posibilidad de convertirlo en famoso. Ese contrato se firma en las escribanías que son los programas de la tarde, con Rial, Canosa, Rocassalvo o quien sea como escribano actuante. Cuando el mediático agota las miserias y fragilidades que tiene para deleitar a la sociedad que lo hizo célebre, cuando la cocina de la intimidad ya está cubierta por demasiadas pátinas de aceite, el contrato se cae o se rescinde hasta que la figura vuelva con miserias limpias.

Por eso, cabe pensar, la tragedia quizá no sean ellos: visto de este modo, la tragedia más bien somos nosotros.

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