miércoles, 10 de agosto de 2011

LAS MENTIRAS NUESTRAS DE CADA DIA II



Alberto respondió por una doble vía a las pocas frases que Cristina le dedicó. En un artículo con su firma se deshizo en elogios a Kirchner y lo contrastó con CFK, a quien denigró como nunca nadie. Pero en declaraciones off the record a los columnistas políticos de Clarín y de La Nación fue impiadoso con el ex presidente. Según Fernández, la mañana del 17 de julio de 2008, luego del voto del Senado contra la resolución 125, Kirchner instó a su esposa a dejar la presidencia, y fue el jefe de Gabinete quien le hizo cambiar de idea. El mediodía de aquel jueves, mientras almorzaba con Nilda Garré, recibí un llamado de Alberto Fernández. Me dijo algo parecido a lo que cuenta ahora y me pidió que tratara de disuadir a Cristina para que no hiciera esa locura. Hice el llamado y dejé el mensaje. Recibí la respuesta el sábado 19. Impresionado por el relato de Alberto, le transmití a Cristina el mismo mensaje de solidaridad y aliento que consta en mis columnas y en mis actividades públicas de aquella época, como la movilización callejera a la Plaza del Congreso. También ella me dijo algo similar a lo que cuenta ahora: que nunca pensó en renunciar, que se sentía con fuerza para capear todos los temporales e ir más allá de lo que pudiera preverse, que sabía quién era quién y que no la harían claudicar. Su tono era triste, severo y decidido. Pocos días después, Fernández le anticipó a la edición electrónica de Clarín la renuncia a la Jefatura de Gabinete que aún no conocían Cristina y Néstor. “Si no hacía eso, lo hubieran presentado como que me echaron, igual que a Javier de Urquiza”, se justificó ante mi extrañeza por su procedimiento tan desconsiderado con la presidente, que pasaba por su peor momento. Mucho después, cuando le pregunté a Cristina por qué había designado para sucederlo a Sergio Massa, me contestó que ante la maniobra de Fernández no tuvo tiempo de pensarlo dos veces. No me convenció, pero entiendo la urgencia con que a veces debe actuar un liderazgo político.

El tiro del final

Releo ahora mi columna del domingo 20 de julio de 2008: “El tema de discusión al día siguiente de la derrota en el Senado fue si es posible gobernar la Argentina cuando se ha perdido la mayoría en el Congreso y se afilan las hachas de la guerra para cobrar las audacias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández en muy diversos campos. Un argumento postuló que de ahora en más sólo sería posible seguir acumulando derrotas o resignarse al rol de facilitador institucional de los intereses económicos más poderosos, y que mejor sería apurar el desenlace para ahorrarse esas opciones vergonzosas. Ya nada será igual, se regocijan las cámaras patronales, los políticos de la oposición y los medios que los acompañan como la sombra al cuerpo. El argumento opuesto replica que, como le pasó a Lula en Brasil, sólo se ha perdido una votación, por un margen muy estrecho. Ni la legitimidad institucional ni la fortaleza política del gobierno habrían sido afectadas. A este razonamiento se suman otros, de ética y de conveniencia: abandonar el gobierno y la presidencia partidaria desencadenaría una crisis institucional muy negativa para el país y desampararía a las personas y los sectores que, dentro y fuera del PJ, se jugaron por el proyecto kirchnerista. Además, si la derecha se hiciera cargo del gobierno recibiría una sólida situación económica y favorables condiciones internacionales. Esto le permitiría capitalizar los logros de la gestión actual, controlar la inflación con un típico ajuste del neoliberalismo sobre los más débiles y cargar en la cuenta de Kirchner y CFK los problemas que subsistieran”. Me parece que este texto contemporáneo de los hechos resuelve la contradicción entre los dos relatos. Allí donde no hay documentos, la historia se reconstruye a partir de las versiones contrapuestas de los protagonistas. Si en la conmoción de aquellas horas tremendas es normal que se hayan analizado distintas hipótesis, con dramatismo pero también con racionalidad, no es verosímil que haya sido Alberto quien recondujera a Cristina del desmayo al combate. La peripecia posterior de cada uno disipa cualquier duda. Mientras Alberto nutrió las fantasías de Scioli, Urtubey, Clarín, Techint y Gerardo Martínez sobre un poskirchnerismo antes de tiempo, Cristina ha recorrido con voluntad inflexible el curso de acción que me anticipó aquel sábado 19 y que ha puesto al país al reparo de las tempestades que llegan del Norte. La furia insultante de Alberto se desató por la referencia de Cristina a su vínculo con Clarín. Pero no hacía falta que lo dijera la presidente, porque lo saben hasta los dos jueces de la Corte Suprema a quienes el ex ministro abruma con sus alegatos informales a favor del Grupo en las causas pendientes.


Estas descargas de Alberto y Graciela suenan a intentos de última hora por impedir lo inexorable, cuando se abran las urnas, este domingo.


Horacio Verbitsky.

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