martes, 10 de julio de 2012

CHINA

Y la Argentina, que hasta hace unos años no tenía prácticamente vínculos con China, hoy está en la rueda de los proveedores destacados. Es que con un territorio extenso y con apenas 40 millones de habitantes, la Argentina tiene capacidad para abastecer a la demanda de 600 millones de seres humanos, tal como está desarrollado en el Plan Estratégico Agroalimentario 2020. Pasando por una gama variada que va desde el poroto de soja sin elaboración o por el aceite de soja comestible hasta llegar a una variedad de productos, algunos de los cuales tiene una interesante elaboración. Valga como ejemplo: la bodega Catena Zapata vende el 80% de su producción a destinos chinos. Dicen que algunas variedades de ese vino se llegan a pagar en restaurantes exclusivos de Beijing hasta 700 dólares la botella. También está entrando de a poco la carne vacuna argentina.

Pero ningún trato comercial es posible sin tener escala suficiente como para abastecer una porción de mercado. La primera frontera que es preciso vencer en las relaciones comerciales no es sólo la de que ellos venden productos de alto y medio valor tecnológico mientras que compran materias primas. Se trata, ante todo, de poder abastecer la demanda de un gigante. Por eso, la comitiva de Wen Jiabao trató de coordinar proyectos a escala Mercosur: porque quieren que Brasil y la Argentina conformen una suerte de banco de oleaginosas y alimentos que les permita comprar a un único oferente (un acuerdo firme entre estos dos países) la soja, el girasol, el maíz y otros productos de los que China es fuerte demandante. Nada más que de soja, compran más de 50 millones de toneladas anuales. Estados Unidos les vende más de 10 millones y es el principal proveedor, seguido muy de cerca por Brasil, mientras que la Argentina es el tercer proveedor. Es decir, una alianza Mercosur podría ponerlo en el primer lugar. Sería tanto ingenuo como propio de una visión neoliberal festejar esa situación. Es decir, aprovechar los excepcionales precios internacionales de la soja y valerse de los recursos que generan las retenciones para financiar planes sociales no es poca cosa. Pero tampoco son en sí mismo un objetivo. El desastre que puede acarrear el monocultivo es ambiental pero también social y político. Un debate serio sobre la mal llamada extensión de la frontera agropecuaria no puede dejar de lado que, por ejemplo, en Resistencia se ha conformado una vasta población de viejos agricultores minifundistas o arrendatarios que vendieron o alquilan sus tierras a los pooles sojeros. Ni hablar de las usurpaciones o compras por apriete de tierras a campesinos en Santiago del Estero. Por no mencionar la salvaje expulsión de habitantes sin casa en Villa General San Martín, en Jujuy, donde los ejecutivos de Ledesma no querían ceder ni una hectárea a campesinos y obreros desplazados por el avance de esa poderosa y cruel empresa. Tampoco puede desdeñarse el avance de productos de alta toxicidad, como consecuencia del uso indiscriminado de aviones fumigadores en los bordes de los pueblos rurales enclavados en cultivos de soja. O el desmonte irracional. O que las empresas que venden la soja en los Estados Unidos son Cargill, ADM o Louis Dreyfus; es decir, las mismas que las comercializan en la Argentina. Tan es así que Wen Jiabao y su comitiva visitaron un puerto del complejo enclavado en la zona de influencia de Rosario: el de Louis Dreyfus. No es fácil pensar en crear un organismo que replique el Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio pero también es difícil pensar en un país soberano sin instituciones como el IAPI.

El gobierno argentino le dio jerarquía a la vieja Secretaría de Agricultura al convertirla en Ministerio. Mucho puede decirse de los logros alcanzados por Julián Domínguez al frente de esa cartera. No sólo en haber sido el vehículo de la presidenta para reabrir diálogos con productores rurales y con sus organizaciones a partir de una agenda muy abierta que abarcó desde el precio de la leche en tambo hasta la colaboración con asociaciones y empresas para ganar mercados externos, para conseguir créditos o para mejorar la participación de laboratorios de universidades nacionales y del INTA. Hay una continuidad con su sucesor, Norberto Yauhar, quien ocupaba la Secretaría de Pesca y quedó un equipo que tiene cuadros valiosos formados en la convicción de que es preciso diversificar y agregar valor a los productos agrícolas. En ese sentido, la Subsecretaría de Valor Agregado y Nuevas Tecnologías, que tiene al frente a Oscar Solís, es una de las áreas claves en la relación con los funcionarios del gobierno chino a la hora de intentar equilibrios ante tan evidente disparidad de poder entre el gigante chino y las poco –o casi nada– industrializadas exportaciones argentinas con ese destino. El desafío de aprovechar el vínculo con China –al menos en materia de exportaciones agrícolas– no puede quedar en compartimentos estancos o en un ministerio. Así como la perspectiva de la energía como un desafío clave llevó a la nacionalización del 51% de las acciones de YPF parece también necesario plantearse algo similar en materia de la acción del Estado en materia sojera. No parece lógico que la voracidad de los pooles sea lo que ponga el ritmo al crecimiento del yuyo verde. No parece lógico que las multinacionales alimentarias sean las que lo comercialicen. Al menos, lógico, desde una perspectiva soberana y de incorporación de valor. Sobre todo, valga paradoja, si el principal comprador no tuvo empacho en agregarle valor capitalista a sus instituciones comunistas.

10/07/12 Tiempo Argentino


GB

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