viernes, 3 de agosto de 2012

FRAGMENTOS DE UNA ENTREVISTA A LA HISTORIA JOVEN.

ENTREVISTAS / NI A PALOS.

  • entrev
23 JULIO 2012

Nicolás Prividera


Celeste Orozco
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Casi todos conocimos a Nicolás Prividera a raíz de su película M, un documental premiado en el Festival de Mar del Plata del que es protagonista y donde aparece indagando entre familiares, compañeros de militancia y organismos de derechos humanos sobre la desaparición de su mamá, Marta Sierra, durante los 70. Su segunda película, que se proyecta hoy a las 21hs por última vez en la Sala Lugones, retoma ciertas ideas de M acerca de la transmisión de la Historia. Transcurre enteramente en el cementerio de la Recoleta y compendia cronológicamente una serie de textos de autores y próceres argentinos signados por la violencia. Extrañamente, la película fue rechazada tanto en Mar del Plata como en el último Bafici. ¿Indiferencia o mala leche?
Finalmente, pudiste estrenar la película en la Lugones, en el San Martín. ¿Cómo explicás que Tierra de los Padres haya sido rechazada en dos de los pocos lugares de exhibición que podría haber tenido, siendo una película que claramente dialoga con ambos festivales?

La logramos estrenar con nuestro esfuerzo y aunque haya tenido una buena recepción, tanto de crítica como de público, imaginate lo que es recibir un portazo en la puerta de tu casa, encima con una película sobre tu propia casa. Fue duro, además de extraño. Cualquiera puede hacer hipótesis, como las puedo hacer yo, con la misma información que yo tengo. Un poco está en las cartas que se hicieron públicas, que yo escribí. El problema de fondo es el sistema que permite estas inequidades. Pero las críticas positivas vinieron de medios como La Nación y Página 12. No es que me banca la camarilla.
¿Por qué esa estructura para la película: un texto histórico, un lector, una tumba? Leí que la idea te cerró durante el conflicto con el campo.
Es muy difícil fechar, porque la idea parece que siempre estuvo ahí. Pero el cementerio es un lugar que yo recorrí siempre, y siempre me resultó fascinante por cómo se condensa ahí la Historia y por la belleza rara del lugar. De algún modo, a partir del quilombo de la 125 a mí se me impuso este proyecto, pensé que era la película que había que hacer, la que conectaba con el presente, porque aparecía esa violencia de las palabras. Parecía que hablaban más del pasado que del presente, que en vez de iluminarlo lo enturbiaban y que, a veces, la historia es pura repetición. Esta fue un poco la idea formal de la película. Que fueran las voces de los muertos las que contaran la Historia. Y ahí hay una ambigüedad, en el sentido de cómo escuchamos la historia o cómo la leemos, si de un modo productivo, aprendiendo, superando, o de un modo repetitivo o traumático. Hay un círculo del que no salimos, estamos como encerrados como están encerradas estas voces en el cementerio. El cementerio se convierte en una especie de metáfora de la Argentina.
Aún en este tiempo, ¿te parece que la Argentina está encerrada?
No, creo que por suerte, desde el retorno de la democracia, esa violencia está en el discurso nada más. Por supuesto que es peligro. Y por eso hay que señalarlo, el peligro de que el adversario se convierta en enemigo y la política se convierta en guerra y ahí se acaba todo, digamos. Pero a la vez creo que el hecho de que esta discusión esté instalada en el debate político la saca de otros lugares más subterráneos, me parece que está puesta en primer plano, se discute de otra manera o, en todo caso, de un modo mucho más abierto, aunque parezca frontal, y lo es, pero es mejor porque es explícito. En general, la gente se resiste a decir desde qué lugar habla, pero ahora parecería que va quedado claro desde qué lugar habla uno y eso es buenísimo. En ese sentido me parece que este es un momento más transparente. Nada es transparente, pero al menos más claro, y más interesante también. La película construye toda la Historia, en el sentido de cómo llegamos hasta acá.
En medio de una de las lecturas aparece una nube tapando el sol que, misteriosamente, aporta mucho a lo que se está diciendo.
Yo quería que el azar vivificara, no quería que sea una película marmórea porque la memoria es lo menos parecido a un cementerio. Es un campo de batalla, detrás de esa aparente paz y quietud hay movimiento y hay lucha. Entonces, todo lo que de algún modo invadiera el plano, en vez de ser rechazado como error, fue incorporado para demostrar las fuerzas vitales que se metían en el medio. Esa nube parece como si hubiera sido puesta en escena dramáticamente. Fue puro azar, y a la vez la suerte de haber estado ahí y, en todo caso, la decisión de elegir ese plano. Era el que completaba el sentido.
¿Te imaginás la película en la escuela?
En las funciones siempre alguien dice eso. Es raro, no es Billiken, no es una película divertida, es más bien una película para adultos, ni siquiera para adolescentes. A la vez, no me disgustaría para nada. Hay una paradoja igual, porque yo sé que M se da en colegios, en universidades, y eso me agrada porque significa que la película está viva y que persiste en el tiempo. Y uno hace las cosas para eso, para que tengan una vida larga. Pero a la vez, si hay algo que se interroga en las dos películas es sobre el problema de la trasmisión de la Historia. Aparece en esta una guía que plantea el modo mecánico de trasmitir la Historia, la repetición de cómo se les enseña a esos niños, que toman fotos de un modo mecánico y no se sabe bien qué les queda de esa experiencia. A la vez, si algo se vuelve escolarizable es como una bomba desactivada, en el sentido de que uno trata de que las películas sean inquietantes, que generen un pensamiento crítico, incluso arriesgándote a la polémica.
¿Te referís a que no quisieras que tu película se use para bajar línea?
La película intenta dejar abiertos esos textos, que están todos atravesados por la violencia. Uno tiene un punto de vista, claro, por eso hace un recorte, lo que implica una posición ideológica. Pero hay un dicho que dice que la obra es más inteligente que el autor. Tal vez las mejores obras son las que permiten más lecturas que su autor. Lo que tiene el arte de bueno es algo que es malo en otras zonas, como en la política, y es que cada uno pueda hacer su propia lectura. Si funciona en ese sentido, genial. Si funciona como bajada de línea sería contradictorio. Es todo lo que la película no quería ser. No se desprende una enseñanza de la película.
Leí que decías que tu película es benjaminiana. ¿En qué sentido?

Yo descubrí a Benjamin en los 80, cuando la universidad recuperaba la Escuela de Frankfurt contra todas las lecturas más adornianas y pesimistas de los 60 y 70 que lo habían dejado de lado. Su perspicacia y su inteligencia siempre me interesaron, su juego con las citas, de hecho tiene un libro hecho con citas, El libro de los pasajes, con la idea de construir un discurso propio pero solo con citas de otros. Es asumir críticamente la tradición. Pensarla es un modo de apropiarse de ella. Justamente, el problema de las dos películas es ese: qué hacemos con la Historia, qué hacemos con la herencia. Si hay una pregunta de los hijos de los 60 y de los 70 es esa. Yo siempre digo que no hay que repetir ni renegar. O repetimos un discurso paterno, como replicante, o están los que reniegan completamente y tratan de reducirlo a cenizas, como si uno pudiera no tener pasado. Hay un punto intermedio que es más difícil, que es asumir la tradición, pero críticamente. Criticando lo que hay que criticar, reivindicando lo que haya que reivindicar y haciéndola propia.  Benjamin hace eso con el trabajo de las citas. Esta película, en ese sentido, es completamente benjaminiana, porque las voces que se escuchan son solo fragmentos que no pretenden totalizar, cerrar la Historia, ni ser un compendio absoluto. Solo pretenden ser cosas que, como diría él, relumbran en un instante de peligro. Alguien me señaló acertadamente una cosa sobre el plano final. Ese plano de algún modo resume la película: la diferencia entre los dos grandes cementerios argentinos: el cementerio oficial y el cementerio no oficial que es el río. Benjamin tiene un texto muy famoso donde analiza un cuadro, el Angelus Novus, que es un ángel que el viento arrastra para atrás. Él dice que ese es el ángel de la Historia que va hacia el futuro, pero mirando hacia atrás. Y que lo que ve es una cadena de ruinas cuyo sentido se le escapa. En el plano final la película va de espaldas hacia el río sin ver que hay detrás, sin poder ver más allá…

¿A que le decís ni a palos?

Al chiquitaje, a la mediocridad. No encuentro una palabra para resumir todo. A los malos bichos, que está lleno en todos los niveles, en todas las áreas. Hay que dar batalla. Una batalla discursiva, crítica, contra todo lo que tiende a burocratizar la vida, el pensamiento. Si uno fuera más literal tendría que ser al mondongo. Es más visceral eso, tal vez.
entrev

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