lunes, 10 de septiembre de 2012

SIEMPRE ES 17 DE OCTUBRE.

Ante la multitud de trabajadores reunida en Plaza de Mayo
17 de octubre de 1945


    “Trabajadores:

    Hace casi dos años, desde estos mismos balcones, dije que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un patriota y la de ser el pri­mer trabajador argentino.
Hoy, a la tarde, el Poder Ejecutivo ha firmado mi solicitud de retiro del servicio activo del Ejército. Con ello he renunciado voluntariamente al más insigne honor a que puede aspirar un soldado: llevar las palmas y lau­reles de general de la Nación. Lo he hecho porque quiero seguir siendo el coronel Perón y ponerme con este nombre al servicio integral del auténtico pueblo argentino.

    Dejo, pues, el honroso y sagrado uniforme que me entregó la Patria, para vestir la casaca del civil y mezclarme con esa masa sufriente y sudo­rosa que elabora en el trabajo la grandeza del país.
Con esto doy mi abrazo final a esa institución que es el puntal de la Patria: el Ejército. Y doy también el primer abrazo a esta masa inmensa que representa la síntesis de un sentimiento que había muerto en la Repú­blica: la verdadera civilidad del pueblo argentino.

    Esto es pueblo; esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la madre tierra, al que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la Patria, el mismo que en esta histórica plaza pidió frente al Cabildo que se respetara su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo que ha de ser inmortal, por­que no habrá perfidia ni maldad humana que pueda sobreponerse a esta masa grandiosa en sentimiento y en número.
Ésta es la verdadera fiesta de la democracia, representada por un pueblo que marcha a pie durante horas para pedir al Gobierno que cumpla con el deber de respetar sus auténticos derechos.


    Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he dado una enorme satisfacción; pero desde hoy sentiré un verdadero orgullo de argentino porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Nación.
Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo  por el que yo sacrificaba mis horas de día y de noche habría de traicionarme.


    Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien no lo traiciona. Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclado en esta masa sudorosa, estrechar profunda todos contra mi corazón, como lo podría hacer con mi madre.
Desde esta hora, que será histórica para la República, que sea el coronel ­Perón el vínculo de unión que haga indestructible la hermandad entre el Pueblo, el Ejército y la Policía; que sea esta unión eterna e infinita que este pueblo crezca en esa unidad espiritual de las verdaderas y auténticas fuerzas de la nacionalidad y del orden; que esa unidad sea indestructible e infinita para que nuestro pueblo no solamente posea la felicidad sino también sepa defenderla dignamente. Esa unidad la sentimos verdaderos patriotas, porque amar a la Patria no es amar sus campos y casas, sino amar a nuestros hermanos. Esa unidad, base de toda felicidad futura, ha de fundarse en un estrato formidable de este pueblo, que al mostrarse hoy en esta plaza, en número que pasa del medio millón, está  al mundo su grandeza espiritual y material. (El pueblo pregunta. ¿Donde estuvo? ¿Dónde estuvo?

   Preguntan ustedes dónde estuve: Estuve realizando un sacrificio que haría mil veces por ustedes.
No quiero terminar sin enviar un recuerdo cariñoso y fraternal a nuestros hermanos del interior que se mueven y palpitan al unísono con nuestros corazones en todas las extensiones de la Patria. A ellos, que representan el dolor de la tierra, vaya nuestro cariño, nuestro recuerdo + promesa de que en el futuro hemos de trabajar a sol y a sombra porque sean menos desgraciados y puedan disfrutar mejor de la vida.
Y ahora, como siempre, de vuestro secretario de Trabajo y Previsión que fue y que seguirá luchando a vuestro lado por ver coronada la obra que es la  de mi vida, la expresión de mi anhelo de que todos los trabajadores sean un poquito más felices. (El pueblo insiste: "¿Dónde estuvo?")


   Señores: Ante tanta insistencia les pido que no me pregunten ni me recuerden cuestiones que yo ya he olvidado; porque los hombres que no son capaces de olvidar no merecen ser queridos ni respetados por sus se­mejantes. Y yo, que aspiro a ser querido por ustedes, no quiero empañar este' acto con ningún mal recuerdo.
Ha llegado ahora el momento del consejo. Trabajadores: Únanse, sean hoy más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que traba­jan ha de levantarse en esta hermosa tierra la unidad de todos los argenti­nos. Diariamente iremos incorporando a esta enorme masa en movimiento a todos los díscolos y descontentos para que, juntos, con nosotros, se con­fundan en esta masa hermosa y patriota que constituyen ustedes.

    Pido también a todos los trabajadores que reciban con cariño mi in­menso agradecimiento por las preocupaciones que han tenido por este hu­milde hombre que les habla. Por eso les dije hace un momento que los abrazaba como abrazaría a mi madre, porque ustedes han tenido por mí los mismos pensamientos y los mismos dolores que mi pobre vieja habrá sufrido en estos días.

    Confiemos en que los días que vengan sean de paz y de construcción para el país. Mantengan la tranquilidad con que siempre han esperado todo, aun las mejoras que nunca llegaban. Tengamos fe en el porvenir y en que las nuevas autoridades han de encaminar la nave del Estado hacia los destinos a que aspiramos todos nosotros, simples ciudadanos a su servicio.
Sé que se han anunciado movimientos obreros. En este momento ya no existe ninguna causa para ello. Por eso les pido, como un hermano ma­yor, que retomen tranquilos a su trabajo.

    Y por esta única vez, ya que nunca lo pude decir como secretario de Trabajo y Previsión, les pido que realicen el día de paro con que desean festejar la gloria de esta reunión de hombres de bien y de trabajo, que son la esperanza más pura y más cara de la Patria.
He dejado deliberadamente para lo último recomendar que al aban­donar esta magnífica asamblea lo hagan con mucho cuidado. Recuerden que ustedes, obreros, tienen el deber de proteger aquí y en todas partes a las numerosas mujeres obreras que están a su lado.
Finalmente, les pido que tengan presente que necesito un descanso, que me tomaré en Chubut para reponer fuerzas y volver pronto a luchar codo con codo con ustedes, hasta quedar exhausto, si es preciso. “

JUAN PERON

gb

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