miércoles, 23 de enero de 2013

UNA MIRADA EN MIRADAS SOBRE ARABES Y MARADONAS Y MESSIS

Las mil y una
Por Juan José Becerra. Escritor
contacto@miradasalsur.com

Las actualidades superpuestas de dos mundos argentinos –los de la economía pólítica y el fútbol– nos llevan a los paisajes menos cruentos del Golfo Pérsico, aquellos que no son bombardeados por las fuerzas de la OTAN ni se hunden en el estrés de las guerras fratricidas, un fuego local al que siempre le echa leña la Civilización de Occidente.

Nuestras excursiones hacen el amor y no la guerra. Son más copadas, van en línea con los relatos de lujos de Las mil y una noches y el poder de los jeques persas que han hecho realidad los espejismos más alucinantes, izando hoteles de altura récord, comprando joyas impagables e hidratando el desierto para que todos veamos que son capaces de operaciones imposibles en las que la ingeniería hidráulica es una rama de la magia.

Me informan, quienes desean que las estadías presidenciales en el exterior ocurran en algún rancho prefabricado, que CFK durmió muy cómoda en el Emirates Palace de Abu Dhabi, donde se reunió durante una hora con Diego Maradona, al cabo de la cual el inolvidable genio gladiador de Villa Fiorito dijo: “Francisco de Narváez no sabe hacer una sopa”.

La palabra “sopa”, lanzada como un arma química sudamericana en las puertas del hotel más lujoso del mundo, viajó a la velocidad de la luz y llegó a los bosques de Cariló, donde De Narváez hizo una pausa en sus lecturas de formación (desde hace varios años se está preparando para entrar a la política) y replicó de inmediato. No lo hizo con una sopa de fideos dedalitos, ni de municiones, ni –menos aún– de letras de sémola, donde podría haber encontrado contenidos para nutrir sus tweets. Lo hizo a través de una foto en la que lo vemos con un libro de Ferrán Adriá en una mano y una cuchara de madera en la otra, con la que revuelve... nada. Porque si hundimos la mirada en la olla de teflón, no veremos rehogar cebolla, ni saltear un diente de ajo ni hervir agua. Veremos teatro, ese teatro en el que se impone la dudosa magia de la utilería en la que se destaca, de fondo, un glorioso pomo de mostaza Savora.

Volvamos por un instante a la gira presidencial (ahora Indonesia), donde sucede una de las imágenes más saladas que se han podido ver en un segundo plano, el de las cosas importantes. Unos empresarios argentinos desarrollaron una muñeca a imagen, más no tanto a semejanza, de CFK. Es una jugada tremendamente olfa pero la aceptaremos porque, se supone, emplea mano de obra nacional. El empresario X le entrega a nuestra mandamás la versión de sí misma, pero cuando la desembala ocurre un hecho sorprendente: a un metro de la propia CFK, el empresario acaricia el cabello de la muñeca con una onda de concupiscencia muy notoria. Es un acto de fetichismo en vivo, y tan cerca del original que el fetiche representa que no podemos menos que asombrarnos y aplaudir a la distancia semejante “riesgo” empresarial.

El episodio quedará en los anales del levante “indirecto”, pero la plaza que nos importa sigue siendo Emiratos Arabes.

Hubo ronda de negocios, organizadas por El Polémico Guillermo Moreno (a los herederos de Martín Karadagián: no desperdicien para una próxima edición de su saga la creación de un personaje llamado “El Polémico”) y múltiples intercambios de tarjetas personales, pero lo que sigue vigente en aquel golfo remotísimo es el amor de los árabes de luxe por el fútbol argentino. Nuestros futbolistas son nuestro petróleo, y en el caso de Maradona y Messi, el tipo de crudo más refinado que hemos podido exportar en el último siglo.

Sin embargo, el primer enviado del fútbol argentino a los jardines persas fue Alejandro Giuntini, un rústico con aire a primer guitarrista de banda metálica, exdefensor de Huracán y Boca, quien hace muchos años le confesó a Fernando Gourovich, del diario Clarín, algunos detalles de su etapa dorada (entre 1998 y 2000) en un equipo del emirato Ras Al Khaimah, resumida así: estadio con grifería de oro, un sheik rompepelotas que entraba al vestuario como jeque por su pozo, y abundancia de cebú al plato, la carne enemiga de las dentaduras argentinas (y amiga de los odontólogos).

El segundo desembarco, en 2011, fue el de Maradona como entrenador del Al Wasl, donde no alcanzó a cumplir –lo despidieron– un contrato de 34 millones de dólares por dos años. Con unos meses le alcanzó a Diego para hacer sufrir a los hinchas con su carácter de electrocardiograma, encender su halo simultáneo de estrella y personaje histórico e intercambiar unos manotazos en la tribuna con un sujeto de túnica y Rolex que ofendió a su mujer, Verónica Ojeda.

En noviembre de 2012, con el astro ya ungido como Embajador de Deportes de Emiratos Arabes (de Deportes y Quilombo), aterrizó en el aeropuerto de Abu Dhabi Lionel Messi, del que se llevó un recuerdo tan inolvidable como el gol que le hizo con los abdominales a Estudiantes de La Plata en la final del Mundial de Clubes de 2009: el del caño de un fusil que un policía le incrustó en el triángulo suprahioideo mientras lo “protegía”. Rey del Barcelona, uno de los equipos solventados por Qatar, el emirato más “liberal”, si pudiera hablarse en términos que regaran de contradicción esta frase, Messi relojeó el caño con un terror con algo de indiferencia, a su modo, que es el de las personas que se salvan de los desastres pegando un saltito milimétrico y haciendo pasar de largo el sablazo que debía partirlo por la mitad.

Qué no darían los emires de toda esa riqueza negra que duerme en las profundidades de sus tierras para poder amar a Messi, alojarlo en el Capitan Gate de Abu Dhabi (el edificio más torcido del mundo), trasladarlo en el bus de lujo (23 plazas, paneles solares, 250 kph) que la Universidad Tecnológica de Delft, Holanda, creó para vergüenza de las retardatarias limusinas, o habilitarle un play room en la Palm Island de Dubai, esa mersada anfibia posiblemente inspirada en las líneas de Nazca, hecha para que la vea desde el aire ese ojo divino que siempre mira hacia otro lado.

Pero a los emires unidos, que le deben todo lo que son –y lo que tienen– a su suerte petrolera, les faltan futbolistas, y nosotros tenemos los dos mejores de los últimos ciencuenta años. ¿Qué hacemos? Los futbolistas, como las vacas y los granos, son los bienes de extracción de nuestra patria pero, a diferencia de ellos, tienen valor agregado. Lo que deberíamos hacer es copiar el modelo árabe para reformular nuestra organización nacional.

Si Emiratos Arabes, club de jeques, reúne pequeños territorios más o menos poblados para sumergirlos en la riqueza (uno de ellos, Qatar, tiene la renta por habitante más alta del mundo: casi US$ 90 mil), quizás debamos crear en favor de nuestra prosperidad una Unión de Futbolistas Argentinos, integrada por lugares donde hayan nacido nuestros máximos cracks. ¿Cuál sería el PBI de esta nueva república? Quizás más alto que el de otra unión imaginaria, integrada por los emiratos de la soja que forman la cuenca verde del sur de Santa Fe, norte y centro de Buenos Aires y este de Córdoba.

Imaginemos una Argentina recortada, para pocos pero muy rica: la Argentina del monocultivo de futbolistas gambeteadores, astutos y camorreros, una verdadera Marca Nacional, la única capaz de conmover a los jeques consumistas del golfo de Persia. Sería como tener campos interminables en los que florezcan plantas con racimos de Rolls Royces, o sobre los que lluevan billetes de cien dólares. Se puede hacer. Pero habría que hacerlo de espaldas a Brasil, nuestro competidor directo.

20/01/13 Miradas al Sur

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