jueves, 21 de febrero de 2013

ENTRE LO JUDIO Y LA DERECHA POR DEMETRIO IRAMAIN

Santiago Kovadloff, entre lo judío y la derecha ¿Será que para él habrá una "nueva clase" de judíos en la Argentina: los que están en el gobierno a un lado, y quienes los enfrentan con insultos y amenazas al otro? Por Demetrio Iramain En El libro de los abrazos Eduardo Galeano cuenta que la primera vez que el filósofo Santiago Kovadloff llevó a su hijo Diego a conocer el mar, el niño, temblando ante la desmesurada belleza del paisaje, deslumbrado por la inmensidad azul del océano, apenas si alcanzó a pedirle a su padre que lo ayudara a mirar. Era tan sublime el espectáculo que no le alcanzaba con su propia vista. El ensayista que supo comprender el alma de Fernando Pessoa y tradujo al español la soledad de sus poemas escritos en portugués, ¿advertirá que, al igual que su hijo ya grande, este pueblo tampoco necesita que lo ayuden a mirar? Con seguir teniendo bien abiertos los ojos basta. Si Santiago Kovadloff cree que la política oficial en materia de Derechos Humanos, esto es, los juicios penales en tribunales ordinarios y las condenas en cárcel común a los responsables del genocidio, configuran "sólo una media verdad (que) habla de las atrocidades consumadas desde el Estado, (mientras que) la otra media verdad se enmascara y termina por distorsionar incluso el alcance de la primera", es hasta obvio que ahora se pregunte: "¿dónde está la política de Derechos Humanos de un gobierno que tiene oídos para los que violan esos derechos y no los tiene para quienes exigen su vigencia?", en relación al Memorándum de Entendimiento con Irán, como dijo días atrás en el acto desarrollado frente al Museo del Holocausto. Quien sostiene que "fue el terrorismo (las organizaciones revolucionarias de la década del '70) el primero en recurrir a la violencia armada", y que aún está impune "la criminalidad de tantos delitos cometidos en nombre de la revolución", es natural que hoy afirme que "hay una nueva clase de desaparecidos en la Argentina. Son los asesinados en la AMIA y la embajada de Israel." La progresista Federación de Entidades Culturales Judías en la Argentina (ICUF), que, entre otras, integra el legendario teatro IFT, piensa muy diferente. Nadie, no obstante, podrá demandarle a Kovadloff falta de consecuencia en su pensamiento; el problema es cuando el hilo que hilvana los argumentos deja ver sus torpes costuras. El filósofo que ayer supo integrar junto a Marcos Aguinis, Luis Gregorich y Juan José Sebrelli, entre otros, el Grupo Malba, base de sustentación intelectual de la candidatura presidencial de Ricardo López Murphy en 2003, y que algunos años después, hasta hoy, se sumara al menjunje de pensadores y figuras del espectáculo –desde sofistas hasta capocómicos de chistes verdes– que apoya la carrera política de Mauricio Macri, no aclara ahora cuál es la especificidad desde la que interviene en el debate público: si un filósofo metido en el barro de lo electoral, si un integrante del segmento más reaccionario de la comunidad judía, si un cuadro de la derecha argentina ciertamente muy venida a menos, o las tres condiciones juntas. Santiago Kovadloff no escribió para La Nación una columna en la que alertara sobre "la industria de la muerte que prosperó en los campos de concentración alemanes, y la ‘comercialización de la muerte’", cuando Axel Kicillof y su familia sufrieron un ataque antisemita y macartista en el barco que los traía de Colonia. Momentito: en un foro de Internet se dice que Kovadloff rechazó por radio los insultos al funcionario de Economía, aunque, enhebrando sus explicaciones con ese hilo ordinario que zurce el previsible relato de la derecha, tomó suficiente distancia de los hechos y responsabilizó al gobierno por el clima de "intolerancia". ¿Será que para él habrá una "nueva clase" de judíos en la Argentina: los que están en el gobierno a un lado, y quienes los enfrentan con insultos y amenazas al otro, incluso contratando los servicios de los más bajos pretextos y especulaciones, como el fantasma del "tercer atentado"? Según Rosa Luxemburgo, "los discípulos de Marx y la clase obrera (creen que) la cuestión judía, como tal, no existe". En otras palabras, que las persecuciones que debió atravesar el pueblo judío en todos sus siglos de existencia son, a la altura del capitalismo, parte de una contradicción mayor y definitoria, que las comprende: el conflicto intraclases y la lucha del proletariado. Las lecturas de ambos pensadores son evidentemente ortodoxas, quizás reduccionistas, pero aportan. A pesar de haber un Holocausto en el medio, todavía sirven para pensar la problemática. "El pueblo judío se ha conservado y desarrollado a través de la historia, en la historia y con la historia" y no "a pesar de la historia", había dicho Carlos Marx, muy joven, en La Cuestión Judía. Y ya lo decía el Manifiesto: "La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases." Se dirá, con razón, que ni Marx ni Rosa Luxemburgo presintieron a Hitler. La Shoa fue un crimen contra la humanidad muy posterior a sus vidas. Pero el apartheid sudafricano (demasiado parecido al régimen nazi) también fue ulterior, y si bien culminó formalmente en la última década del siglo XX, los privilegios económicos de la casta blanca permanecen inalterables: los segregacionistas raciales holandeses mantienen sus dominios y riquezas, y los millones de negros sólo son legítimos propietarios de la desocupación y el sida. El problema, indudablemente, es otro. Al igual que Carlos Marx, Luxemburgo –la "rosa roja", como le decían quienes la asesinaron– era judía. Alemana y judía. "La Rosa roja ahora también ha desaparecido,/ dónde se encuentra es desconocido./ Porque ella a los pobres la verdad ha dicho,/ los ricos del mundo la han extinguido", escribió para ella Bertolt Brecht, igualmente rojo y judío, mientras su cuerpo era buscado en todo Berlín, que ya sabía del crimen. Kicillof y Timerman también son hijos de la comunidad hebrea. En el caso del viceministro de Hacienda, fue el diario La Nación quien lo denunció. ¿Aunque de otra "clase", pensará Kovadloff? Y esa clase, ¿cuál es? ¿Qué variable determina su pertenencia? ¿Sólo cultural o religiosa? ¿Económica e ideológica, no? ¿Las cuatro? ¿Acaso será que se excluyen una a la otra? ¿No se enmarca en la historia, en la lucha de clases, en el tablero geopolítico, en las necesidades imperiales de última hora, el único acuerdo político factible de ser alcanzado por un Estado –el argentino– que, en este tiempo, a esta altura dura del mundo, todavía insiste con aquello de “justicia, justicia perseguirás”? Tiempo Argentino GB

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