domingo, 24 de marzo de 2013

MEGAFON, FRANCISCO Y CRISTINA, POR HERNAN BRIENZA OPINION

Megafón, Francisco y Cristina ¿Pero qué significan esas palabras? ¿Quién fue ese escritor que une hoy, en términos literarios (¿y políticos?) a Francisco y a Cristina? Por Hernán Brienza "Cuando estoy con Francisco le digo que como Megafón lo esperan batallas celestiales. Se ríe: 'Es mi libro preferido, me encanta Marechal.'" "Megafón o la Guerra, obra maestra de Leopoldo Marechal. Nave insignia de una generación." "Un Papa muy lector como todo jesuita. Clásicos universales y clásicos argentinos. Porque además es un jesuita argentino." Tweets de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el jueves 21 de marzo. El encuentro entre la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el Papa Francisco –el argentino Jorge Bergoglio– ha sido motivo de ríos de tinta en la mayoría de los diarios nacionales y minutos y minutos de audio y video en los programas de radio y televisión. La mayoría de ellos han opinado sobre supuestas frialdades, sonrisas, nerviosismos entre ambos, sobre si fue una reunión gélida o cálida, si se quieren si no se quieren, si recompusieron si se mintieron. Elementos que no tienen demasiada importancia a primera vista tratándose de dos personas profundamente políticas como son ambos jefes de Estado. Pocos repararon en una conjunción cultural entre ambos: su pasión por el escritor argentino Leopoldo Marechal y su libro Megafón, o la Guerra, que en palabras de Cristina fue y es "nave insignia de una generación". ¿Pero qué significan exactamente esas palabras? ¿Quién fue exactamente ese escritor que une hoy, en términos literarios (¿y políticos?) a Francisco y a Cristina? Marechal, sin dudas, fue uno de los pensadores más paradigmáticos del siglo XX. Porque acompañó a lo largo de 40 años las transformaciones que sufrió el nacionalismo: se inició en el pensamiento católico, cercano al franquismo; se volvió plebeyo con el peronismo; y concluyó abrazando el socialismo hacia finales de la década del '40, en una parábola ideológica que caracterizó a muchos intelectuales del llamado, por aquellos tiempos, "campo nacional y popular". El autor de Adán Buenosayres proviene de un nacionalismo católico original –participa del grupo de intelectuales que en los años treinta forma parte de los Cursos de Cultura Católica– y apoya el golpe de los nacionales comandados por Francisco Franco en España. En la década del '30 era habitual verlo en las tertulias de los españoles que acompañaban a los falangistas en su guerra contra los republicanos. Pero la llegada del peronismo al poder, comenzó a trastocar sus ideas. Acompaña los dos gobiernos del general Juan Domingo Perón con tanta firmeza intelectual que, tras el golpe del '55, Marechal debería autoproclamarse el "Poeta Depuesto". Luego de radicalizar sus posiciones políticas en la Resistencia ingresa, finalmente, con su nacionalismo popular al socialismo tras su viaje a Cuba. Autor de novelas fundamentales de la literatura argentina como Adán Buenosayres, Marechal se denominaba a sí mismo como el Poeta Depuesto, tras el brutal golpe de 1955, en obvia alusión irónica al título que la Revolución Libertadora le había otorgado a Juan Domingo Perón, es decir, el del "Tirano Depuesto". En 1966 escribió en el texto El Poeta Depuesto: "El Justicialismo es esbozado como doctrina revolucionaria desde 1943 a 1945 por un Líder cuyo nombre también fue silenciado por decreto. La revolución justicialista se nos presentaba como una síntesis en acto de las viejas aspiraciones nacionales tantas veces frustradas; y lo hacía enarbolando tres banderas igualmente caras a los argentinos: la soberanía de la Nación, su independencia económica y su justicia social. No es extraño, pues, que el 17 de octubre de 1945 se diera la única revolución verdaderamente popular que registra nuestra historia, y que se diera en una expresión de masas reunidas, no por el sentimentalismo ni por el resentimiento, sino por una conciencia doctrinaria que les dio unidad y fuerza creativa. Y sostengo ahora que la gran obra del justicialismo fue la de convertir una masa numeral en un pueblo esencial o esencializado, hecho asombroso que muchos no entienden aún, y cuya intelección será indispensable a los que deseen explicar el justicialismo en sus ulterioridades inmediatas y las que fatalmente se darán en el futuro argentino, ya sea por la continuación de la doctrina, ya por su muerte simple y llana y su substitución por otra de colores más temibles." "Una revolución auténtica –continúa el autor de El Banquete de Severo Arcángelo– necesita defenderse de sus agresores; y como todo proceso ideológico, necesita los recursos expansivos del adoctrinamiento, capaces de ganar al adversario y al indiferente. Uno y otro aspecto, el de la defensa y el de la propaganda, suelen dar en abusos de color 'tiránico'; y será interesante analizar cómo se desempeñó el justicialismo en ambas asignaturas. Defendiendo su realización en marcha y en el uso de un derecho revolucionario que no se le discute a ninguna revolución auténtica, el justicialismo se limitó a restringir algunas libertades individuales, frente a las tentativas de contrarrevolución que se dieron casi desde su principio, o en menoscabo del derecho de pataleo que recababa una minoría de políticos fuera de uso y de intelectuales que sólo se jugaron al fin en la intimidad segura de sus casas o en autodestierros grises, donde alcanzaron la palma de un martirio incruento que más tarde les daría fáciles rentas. Nuevamente, y contra las prácticas históricas de los paredones de fusilamiento, la revolución justicialista presentó una marca de benignidad que dejó en pie a todos sus enemigos. No procedió así la contrarrevolución de 1955, ya que usó el fusilamiento en su instrumental represivo, la violencia legalizada y por último la muerte civil de una mayoría social entera". Marechal es claro en su compromiso con el peronismo de los años sesenta y se entiende, entonces, qué tipo de acuerdo puede existir entre Cristina y Francisco respecto de la obra del autor de la Cantata Sanmartiniana. Es decir, no se trata de un acuerdo estrictamente literario. Hay allí cosmovisiones similares que, incluso, pueden tener interpretaciones encontradas. Cristina y Francisco debaten, discuten, acuerdan, también en sus nociones de patria, de política, de religión. Pero ¿qué quiso decir Cristina cuando habló de "batallas celestiales"? El último Marechal, en su Megafón, o La Guerra, su libro más político, critica severamente la idea de patria como territorio –"la patria es un suceder", dirá en las primeras páginas del libro–. Al mismo tiempo, el autor del Adán cambia el sujeto político que encarna el "ser nacional". Se trata de un símbolo dinámico y transformador: el hombre urbano, nieto del inmigrante y trastocado, obviamente, por la acción del peronismo. Pero a ese sujeto le reserva una misión (ya corre el final de la década del '70): "las dos batallas". Marechal escribe en el introito de ese libro: "¿Resultaría cuerdo lanzar a Megafón aquí y ahora a sus Dos Batallas, la celeste y la terrestre?... Los argentinos ya no predicamos en el desierto, y más aún que nuestro erial estaba cubriéndose de rosas. La guerra física de Megafón se libraba en el país desde hacía muchos años; pero sus causas internas y externas, las que había develado Megafón, aún se disimulaban en la inconciencia de veinte millones de guerreros, lo cual hacía que la batalla fuese incruenta y no presentase ningún rigor bélico que se hiciese visible... Prevista la necesidad de la Guerra yo necesitaba descubrir si nuestro pueblo merece una guerra... Entrar en una guerra es entrar en la historia... Nuestro pueblo libertó a otros y no esclavizó ni robó a ninguno. Ganó todas las batallas militares, que nunca fueron de conquista y perdió territorios en la mesa de los leguleyos. No cometió ningún genocidio ni oprimió a hombre de otro color en la piel o en el alma. Sus revoluciones fueron incruentas y sin gran importancia sus desequilibrios históricos... Por lo tanto, nuestro pueblo merece una guerra... entendimos que la belicosidad estaba en los dos riñones del país y que la posibilidad logística de una guerra nos tentaba sin remedio... así nació el proyecto de las Dos Batallas." La idea de las "Dos Batallas" remite sin dudas a la teoría medieval de las "Dos Espadas" perfeccionada por Bernardo de Claraval, el monje cisterciense francés que consolidó, en términos doctrinarios, la "supremacía del Poder Espiritual por sobre el Terrenal", presentes ya en San Ambrosio de Milán y San Agustín. Inspirador de la Orden del Temple y de la Segunda Cruzada, se lo reconoce como uno de los principales doctores de la Iglesia Católica. Es Marsilio de Padua, quien vivió en los siglos XIII y XIV, el que reformula esta doctrina y asegura que el Estado deviene de la "soberanía popular" y por lo tanto es superior a la autoridad que deviene de los sacerdotes, separando de esa manera para siempre las "Dos Espadas". Marechal, en cambio, reforma esa teoría y la pone al servicio de la literatura y de la ironía. La novela cuenta con algunas operaciones bélicas como las siguientes: el Asedio al Intendente, donde Megafón expone una doctrina muy particular que deja al desnudo su concepción medievalista en algún sentido (consiste en que la Casa de Gobierno no debería estar entre el Banco Nación y el Ministerio de Economía sino entre la Catedral y el Ministerio de Armas: "sólo el dinero está flanqueando al poder temporal. Debería figurar la autoridad espiritual y la residencia de Marte", dice Megafón); la Operación Aguja, en la que tratan de pasar un camello por el ojo de una aguja, así un rico puede entrar al Reino; el juicio histórico al Gran Oligarca; y por último la Crítica Histórica al general González Cabezón (Pedro Eugenio Aramburu). Un solo agregado a esta última operación: el libro Megafón fue publicado en julio de 1970 post mortem, ya que Marechal murió el 26 de junio. Es decir, el secuestro de Aramburu, realizado por la célula original de Montoneros en mayo de 1970, había sido profetizado al menos un año antes, cuando Marechal escribió la Rapsodia VI. En la segunda rapsodia hay un pasaje muy alumbrador respecto del pensamiento marechaliano. Allí, desglosa la idea del coraje y la divide en militar y civil. El primero se basa "en los armamentos, en los uniformes jerarquizados, en los códigos de subordinación y disciplina". El segundo es un coraje sin polvorines. En la ofensiva o en la defensiva sólo usa la inteligencia o la imaginación o la sensibilidad, porque ha de adaptarse a lo contingente de su batalla con el pecho desnudo... "El coraje militar se ha reducido a una mera costumbre administrativa, porque ya no hay soldados. Ahora sólo tenemos Fuerzas Armadas. El soldado es una estructura humana en la que funcionan a la vez el coraje militar y el coraje civil. Ahí está la madera del príncipe y del caballero andante. Sólo de esa madera se puede tallar al héroe. Por eso ya no existen héroes ni caballeros ni soldados. Habría que resucitar al héroe ¿Dónde? Buscaría en el pueblo la vieja sustancia del héroe. Muchacho, el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria." Megafón es producto del último viraje de Marechal, y que se produce, tras su viaje a Cuba en 1967, invitado por la Casa de las Américas, donde abraza definitivamente la Revolución Cubana en un texto llamado La isla de Fidel, en el que escribe: "Por encima de cualquier Parnaso teórico de ideas, entiendo que Cuba está realizando una revolución nacional y popular típicamente cubana e iberoamericana, que puede servir no de patrón, sino de ejemplo a otras que sin duda se darán en nuestro continente, cada una con su estilo propio y su propia originalidad”. Marechal, finalmente, llega al socialismo por el mismo camino que transitan muchos integrantes de la juventud peronista: desde el nacionalismo católico arriba al nacionalismo de izquierda. Pero ¿por qué este libro, de alguna manera profético, es la nave insignia de una generación? Primera, por su contenido político; segundo, por el carácter utópico que alcanza su novela de tipo "caballeresca" –Megafón es, en algún punto, la encarnación del Quijote–; tercero, porque el libro acompaña metafóricamente el destino de esos miles de muchachas y muchachos que fueron protagonistas en los años setenta. En la última Rapsodia, Megafón en su ataque final de su batalla terrenal es aprehendido, encarcelado, asesinado y su cuerpo descuartizado es dispersado en los cuatro puntos cardinales. Es decir, es imposible encontrar su cuerpo: Megafón es un desaparecido. Un libro nunca es un texto muerto. Tampoco es neutral u objetivo. Un libro siempre es un campo de batalla entre una multiplicidad de interpretaciones. Marechal con su Megafón sirvió de punto de contacto entre un Papa y una presidenta, ambos argentinos. ¿Pero qué habrá leído Francisco y qué Cristina? Esas diferencias, esas rupturas y acuerdos, son el terreno propicio en el que la veleidosa literatura le permite realizar a la política, acaso el reino de la pragmática, sus propias maravillas. 24/03/13 Tiempo Argentino GB

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