lunes, 27 de mayo de 2013

Fuegos artificiales Por Horacio Verbitsky

Aunque varios la han propuesto, esta hipótesis no despierta euforia en un sector que sólo se excita con los fuegos artificiales mediáticos, que se esmeran por suplir en la televisión la procacidad sexual por otra más obscena. Con la deformante iluminación de esas bengalas nocturnas, Ricardo Alfonsín perdió la autoestima al presentarse en un acto partidario con un bolso y preguntar al público si sabía cuánto pesaba. Aquí vale la pena una digresión. En Brasil lleva cuatro años una medida cautelar que prohíbe al diario O Estado, de San Pablo, informar acerca de la investigación judicial sobre los negocios del empresario Fernando Sarney, hijo del ex presidente y actual senador José Sarney. En Estados Unidos el presidente Obama justificó la requisa de llamados telefónicos de la agencia Associated Press y de emails del periodista James Rosen, de Fox News, alegando presuntas razones de seguridad nacional. Ambas cosas serían inimaginables aquí, donde los periodistas gozan de un grado de libertad con poco parangón en el mundo y ninguno en la propia historia del país. Pero la propuesta de pasar a la noche del domingo los partidos de fútbol de Boca y de River permite inferir un cierto grado de inquietud oficial por los efectos del show y su alto rating. Se comprende la irritación oficial ante el tono a la vez frívolo e insultante de Jorge Lanata quien, en forma explícita, se propone mermar las chances electorales del gobierno aunque eso implique insultar al aire a sus propios colaboradores. El fundador y fundidor de Crítica y Data 54 asume esa tarea sin otro código que la medición minuto a minuto. Varias veces, Kirchner y Cristina han aludido a los “generales mediáticos” como el equivalente contemporáneo de los fierros castrenses. En realidad, a lo largo de los sesenta años de inestabilidad institucional se han complementado, como partes de una misma maniobra. La andanada mediática ablandaba a los gobiernos electos y a los mandos castrenses que, convencidos de su rol sobrenatural por la prédica eclesiástica, tomaban el gobierno y entregaban su administración a sus mandantes económicos, nacionales e internacionales. El Grupo Clarín y La Nación cumplen hoy el mismo rol que en 1976, y que en otros momentos desempeñaron Crítica, La Razón o La Opinión. Pero hoy ya no existen Fuerzas Armadas sensibles a esas incitaciones y el gobierno tiene bases firmes de sustentación. Para esto fue imprescindible el largo trayecto histórico, con avances y retrocesos, que permitió que el dictador Jorge Videla muriera en una cárcel común y que a marzo de este año hubiera otros 229 condenados (y 25 absueltos, ya que nadie paga por lo que no se puede probar que hizo, en juicios con todas las garantías). Obstruir este proceso, como propuso el gobernador cordobés José De la Sota en diálogo televisado con un ex custodio del ex general Luciano Menéndez, sería convocar a aquellos fantasmas que la Argentina ha exorcizado mejor que cualquier otro país del mundo. La reconciliación que pregonó es un concepto religioso que no puede introyectarse a presión en la vida política. Ninguno de los represores ha cumplido ni siquiera con las condiciones del catecismo católico para acceder al sacramento de la reconciliación o la penitencia: el arrepentimiento, la detestación de los pecados cometidos y el propósito de reparación y enmienda. La verdadera reconciliación a que puede aspirar una sociedad está cumplida con creces aquí. Consiste en que todos sus miembros se sometan a la ley común, sin privilegios ni prepotencia. La negociación de impunidad por información que pretende De la Sota no se sustenta en la experiencia propia ni comparada. En Sudáfrica los pocos casos esclarecidos lo fueron a costa de una tremenda frustración de los familiares de las víctimas que debieron escuchar en horrendo detalle cómo fueron deshechos hasta la muerte sus seres queridos y ver al responsable irse en libertad luego de confesarlo. Aquí las invitaciones a aportar información en forma reservada, como la del general Balza en 1995, nunca fueron escuchadas. Entre la ley de obediencia debida, de 1987, y la primera detención de Videla y Ma-ssera, en 1998, pasaron once años de impunidad, sin que nadie más que Adolfo Scilingo contara lo que había hecho, no por alguna reducción de pena sino al contrario porque no se aguantaba a sí mismo y pedía castigo. En cambio, en un lapso similar, desde la reapertura de los juicios, en 2001, hasta hoy, se produjeron los mayores avances en la reconstrucción de la verdad. De la Sota disputa con Maurizio Macrì el liderazgo del partido del orden. Ambos respaldan en forma activa la violencia institucional. Macrì con el amparo a la banda de la policía metropolitana que confundió un hospital psiquiátrico de Barracas con una aldea afgana tomada por el talibán. De la Sota al respaldar a los guardiacárceles que encadenan a los presos de su provincia y denunciar por intromisión indebida en los asuntos provinciales al fiscal de la Procuración General Abel Córdoba, que lo descubrió y secuestró los instrumentos de tortura. Ambos promovieron también decretos para defender al Grupo Clarín de una intervención que nunca existió más que como un rumor, desmentido por el gobierno. Macrì le lleva una ventaja apreciable: diez años menos, el apoyo del establishment económico que sueña con un país atendido por sus dueños y el carnet de Boca. De la Sota pierde toda empatía electoral en cuanto sale de Córdoba. Pregunta sin respuesta Por último, una pregunta sin respuesta: la catarata de alegres infamias que se derrama desde las pantallas de la televisión y el dial de la radio hasta los foros de lectores de los diarios, ¿es desestabilizadora y tiene alguna posibilidad de éxito? Mi opinión es que constituye una inofensiva válvula de escape, el venteo que desahoga la inquina de quienes no toleran la ampliación de derechos de todo tipo porque sienten que compromete su propio estatus. Además forma parte del showbiz y como tal mantiene relaciones sólo tangenciales con la realidad. A la inversa, en 1955, con toda la prensa bajo control oficial (forzado, como La Prensa, o voluntario, como Clarín, que hizo grandes negocios con el gurú de la comunicación peronista, Raúl Apold) ese rol fue cumplido por la red de publicaciones clandestinas y panfletos que organizó la Iglesia Católica. Con medios precarios y ante una rígida censura que daba verosimilitud a cualquier rumor tuvo el éxito que no me parece posible hoy, aunque el odio y la difamación sean iguales. No positivo Por Horacio Verbitsky Muy justa elección de paradigma la de José Nun, en su balance de la década que, “como diría un mendocino, no es positivo”. Desde noviembre de 2004, cuando Néstor Kirchner lo designó secretario de Cultura, hasta octubre de 2010, sólo tuvo loas para la gestión oficial. En el contexto de la batalla cultural que se organizó en torno de la ley audiovisual, Cristina ofreció su cargo a alguien más afín, como Jorge Coscia, pero el 24 de noviembre de 2009 compensó a Nun enviando al Senado su pliego como embajador en Gran Bretaña. Antes de aceptar, Nun no consultó con la cancillería acerca de la disputa por las Malvinas, sino sobre los viáticos, el cocinero y el chofer de la embajada. Pero el 29 de julio de 2010, la propia CFK decidió dejar vacante esa representación en respuesta a la política petrolera británica en las islas. Tres meses después, el 28 de octubre, en su “Adiós a un amigo” publicado en La Nación, Nun escribió que deseaba mantener la evocación de Néstor Kirchner en el plano personal y, por primera vez, mencionó sus “errores y omisiones”, algo que “queda en manos de sus sucesores lograr superarlo”. El tono se agravó en 2012, cuando el gobierno modificó su política hacia Gran Bretaña, pero en vez de Nun designó embajadora a Alicia Castro. El 19 de octubre, según la crónica entusiasta de Clarín, Nun “fue la estrella del día” en el coloquio del think tank opositor IDEA. “Invitado para debatir la política y los valores, Nun hizo gala de una oratoria por momentos provocativa, siempre desafiante y con un humor que el público de IDEA desconocía. Se llevó la ovación de la jornada cuando advirtió que ‘la corrupción se está volviendo normal’ y que el populismo ‘destruye las instituciones’.” En los últimos meses ha recorrido los estudios de TN con aire de tortuga deshidratada para denigrar al gobierno que integró durante más de la mitad de su duración, siguiendo el modelo de Alberto Fernández. En el tremendo verano de 2002, durante una reunión de la Comisión Directiva del CELS, Nun planteó que los organismos de derechos humanos debían ampliar su agenda, para incluir la defensa de los “ahorristas entrampados por el corralito”. Otro cientista político de primer nivel, Carlos H. Acuña, lo encaró con rostro de ira y gestos expresivos de sus manos: “¿Si lo que planteás se hiciera, te pusiste a pensar de dónde saldrían los recursos para pagarles?”. Es obvio que no. 26/05/13 Página|12

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