miércoles, 22 de mayo de 2013

Las cloacas de la indigencia moral Por Alejandro Horowicz

L La justicia todavía aguarda que los beneficiarios de la dictadura se hagan cargo, como los Blaquier, de su responsabilidad. Dieciocho avisos fúnebres de pobre significación social: ni una de las familias de rancio abolengo, ninguno de los beneficiarios sociales y políticos de la dictadura burguesa terrorista. Es que el bloque de clases dominantes desconoce la gratitud para con sus sirvientes, Martínez de Hoz, en cambio, disfruta de un pabellón con su homenaje en el predio de la Rural. Hombres infames con respaldo del poder del estado produjeron millones de víctimas. Videla entonces no resiste. Hitler, Franco, Stalin incluso Mussolini están más allá. Algo lo distingue: transformó la mentira desalmada en estética política, mediante la exhibición de su poder como impotencia personal; un dictador que verbalizaba limitaciones que no tenía, subrayando con sibilina crueldad que si podía, pero que no estaba dispuesto a ejercer ese poder para satisfacer ningún pedido, ningún alivio personal. Nadie era digno de obtener su "cristiana compasión", nadie merecía que Videla detuviera la maquinaria si no disponía de suficiente respaldo de clase. Como padre de un hijo minusválido, sin capacidad económica para solventarlo en una institución privada (había penado por un hogar en Morón, en compañía de una decena de chicos en similar situación, gracias al aporte familiar), Videla se vio obligado a ubicarlo en Open Door cuando corría el año '64. A nadie se le escapa el carácter siniestro de la Colonia Montes de Oca, denominación administrativa con que se intenta ablandar la cadena de asociaciones que gatilla hoy Open Door, sin embargo, Alejandro Eugenio, el hijo oligofrénico de los Videla, pasa los últimos siete años de su vida en ese establecimiento. Muere el 1 de junio de 1971, meses antes del ascenso a general de su padre. Aprovechando un destino menor en la Junta Interamericana de Defensa en Washington, el entonces capitán Videla había hecho en 1954 las consultas médicas que confirmaron la irreversible situación de la criatura. Del destino militar obtenido para ayudarlo en su aflicción personal, surgió su inglés tartajeante, y el viaje terminó siendo el único "lujo" que pudo costearle a su familia. Hijo de un militar sin bienes de fortuna, casado con la hija de un diplomático de clase media, la mantenía con el magro ingreso de un oficial que sólo se destacó en el cumplimiento meticuloso del organigrama administrativo. Mientras Alejandro Eugenio vivió en la Colonia Montes de Oca, la calidad de su existencia dependía de la buena voluntad del personal. Tres monjas francesas aliviaron su terrible suerte: Yvonne Pierrot, Alice Domon y Léonie Duquet. El testimonio de Pierrot nos ahorra cualquier especulación: "El hijo de Videla andaba en los campamentos con ellos", donde ellos son las monjas y el padre Calcagno, primo de Videla. Tanto Domon como Duquet fueron asistentes de Calcagno, mientras el oscuro oficial lo visitaba en la Casa de Catequesis de Morón. El 8 de diciembre de 1977, un operativo conjunto del Ejército y la Marina se descargó sobre la Iglesia Santa Cruz. Era un ataque contra la embrionaria organización que en su desarrollo serían las Madres de Plaza de Mayo. Un puñado de activistas estaba juntando dinero para publicar una solicitada en La Nación; en el texto reclamaban por los elementales derechos de los desaparecidos. Alice Domon era la "enemiga" encargada de recolectar el dinero. Infiltrados por un grupo de tareas de la Marina, el teniente de corbeta Alfredo Astiz ya ejercía su aptitud: señalar víctimas, nueve en este caso: Angela Aguad, María Esther Ballestrino de Careaga, Raquel Bullit, Eduardo Gabriel Horane, José Julio Fondevilla, Patricia Cristina Oviedo, María Eugenia Ponce de Bianco, Horacio Aníbal Elbert y Alice Dumon. Dos días más tarde caían Azucena Villaflor y Léonie Duquet. El círculo estaba cerrado; ante la presión internacional –por las monjas intervino personalmente el presidente de Francia– los servicios de inteligencia militar intentaron camuflar su responsabilidad, fraguando en la ESMA la responsabilidad de Montoneros. Las dos monjas francesas que cuidaron al hijo oligofrénico de Videla estaban vinculadas al incipiente movimiento de Derechos Humanos fueron llevadas a la Escuela de Mecánica de la Armada, salvajemente torturadas y asesinadas sin que Videla – informado detalladamente del caso – moviera un dedo en su salvaguarda. En ese momento el dictador alcanza y supera –en la escala de un acto– el nivel de Hitler. El Führer, cuyo antisemitismo no requiere recordatorio, había entregado personalmente el pasaporte al médico judío que atendió a su madre moribunda. Por agradecimiento personal, facilitó que éste emigrara a los EE UU. Videla sobrepasa la "virtud hitleriana"; ese detalle termina de habilitar su pertenencia a la galería de los hombres infames del siglo XX. LA OTRA HISTORIA. Un debate quedó definitivamente saldado: los desaparecidos no se fugaron al exterior, no fueron asesinados por sus propios compañeros, ni pasaron a la clandestinidad, como Videla mintiera infinidad de veces mientras presidió la fatídica Junta Militar. Ni siquiera hizo falta que fueran guerrilleros. Ya no se trata de denunciar la "campaña antiargentina", que produjera la indignación de los buenos ciudadanos y hasta del Partido Comunista de entonces, sino de admitir lisa y llanamente que hubo miles de "muertes enmascaradas" de opositores políticos. La inexactitud del número en el libro de Ceferino Reato ("siete u ocho mil") no cuenta, es un detalle menor que forma parte de la Disposición Final. No de la "Solución Final" (fórmula utilizada por Adolfo Hitler) dado que según Videla esa frase "nunca se utilizó". Videla informa que se trataba de "sacar de servicio una cosa inservible". Con tono de cínica y estúpida pedagogía ilustra: "Una ropa que ya no se usa o no sirve porque está gastada." Exactamente esa era la acusación: torturar y masacrar militantes (seres humanos) como "ropa gastada". El "salvador de la patria" siempre sostuvo que esa acusación era una infamia, una "estratagema de la subversión". Hasta un falsificador impenitente a veces dice la verdad, la pregunta es por qué la dijo recién en 2012. La respuesta es simple y rotunda: hace mucho tiempo que esa estrategia discursiva no sirve a los responsables de la dictadura burguesa terrorista, perdió toda eficacia práctica, solo es útil para detectar impresentables. Los organismos de Derechos Humanos, su discurso finalmente sostenido por la voluntad política de punición (derogación de las "leyes" de Obediencia Debida y Punto Final, así como los indultos), restituyeron la relación de las palabras y las cosas, los delitos y las penas, entre la ley y la política. LAS ÓRDENES. Qué órdenes cumplió Videla. El hace saber: las de Ítalo Argentino Luder, presidente provisional del Senado a cargo del Poder Ejecutivo Nacional, en sustitución de María Estela Martínez de Perón. ¿Eran legales? Si se lee la acusación del Fiscal Julio César Strassera, si. Si se lee la Constitución Nacional, no. El artículo 67, inciso 24, dice que forma parte de las atribuciones excluyentes del Congreso Nacional: "Autorizar la reunión de las provincias o de parte de ellas, cuando lo exija la ejecución de leyes de la Nación y sea necesario contener las insurrecciones o repeler las invasiones". Dicho en criollo, ningún Ejecutivo puede impartir semejante orden; pero la impartió, y ningún partido político lo denunció ni entonces ni ahora. Las FF AA obedecieron una orden "ilegal" de un gobierno "legal". Y la muerte de Videla permite dar vuelta la página, pero no cambia absolutamente nada. La justicia todavía aguarda que los beneficiarios sociales de la dictadura burguesa terrorista se hagan cargo, como los Blaquier, de su indelegable responsabilidad. En ese punto estamos. 20/05/13 Tiempo Argentino

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