lunes, 27 de mayo de 2013

Uno, dos, muchos devotazos Por Ignacio Vélez. Fundador de Montoneros contacto@miradasalsur.com

Para dejar las cosas claras de entrada y que no haya confusiones: hubo sin duda muchos Devotazos. Uno, protagonizado por decenas de miles de compañeros que luego de saludar con euforia el juramento del Tío Cámpora marcharon a la cárcel de Devoto a exigir el cumplimiento inmediato de la consigna que marcó a fuego todos los actos de la campaña “Cámpora presidente, libertad a los combatientes”. Otro, el de cada uno de nosotros. Pleno, lleno de sueños y alegrías, pero también en algún lugar, temeroso (pensemos de dónde veníamos) por esa vida ilimitada, llena de victoria que se abría ante nosotros. Recuperar la libertad, los compañeros, la militancia, los amigos, la familia llena de hermanos, nueras, tíos y sobrinos. Los amores que a veces tenazmente se conservaron y el duelo por otros muchos que se perdieron por trágicas ausencias o por la soledad difícil de soportar de la clandestinidad. Allí, a metros nuestros, estaba todo lo mas hermoso de la vida: la historia en los rostros, los abrazos, los besos, en el cariño reparador de todos, y de cada compañero. Pero en el devotazo personal, al menos en mi caso, pesaban otras preocupaciones. Volvía a la vida, a la libertad en una coyuntura compleja donde la lógica amigo-enemigo lo empapaba todo. El poder criminal, cívico-militar, estaba preparando el escarmiento. Y tenía como aliados a importantes sectores dentro del peronismo. Y eso era gravísimo en lo político-social y peligroso en lo personal. Yo, nosotros, los Sabinos, estábamos convencidos de que era el momento de masificar la política democratizadora. De reconstruir el movimiento desde sus bases militantes fortaleciendo su rebeldía transformadora. De evitar la guerra de aparatos. De la necesidad urgente de bajar los niveles de violencia Y sentíamos que era casi imposible. Que el poder no perdonaría. Que estaban como siempre decididos a usar la violencia más brutal en defensa de sus intereses. A partir de la victoria del 11 de marzo se sucedieron situaciones tan increíbles como la coyuntura. Cuando me trajeron a Devoto desde Rawson, me metieron en un calabozo para tomarme las huellas digitales. En ese momento tiran en el calabozo de al lado a una pequeña mujer. Cuando nos miramos, comenzamos a llorar de alegría, a hablarnos, a gritarnos. Era mi pareja a la que hacía años que no veía. Estaba en la clandestinidad después de la fuga del Buen Pastor y, justo la tarde anterior, había sido detenida. Lo recuerdo con mucha emoción. Fue increíble. Fueron días inagotables y llenos de emociones cruzadas. A fines de abril, mientras lo abrazaba en su llanto desconsolado, tuve el inmenso dolor de informarle al Gallego Fernández Palmeiro que su hermano, por quien él se había cambiado para que se fugara, había sido asesinado cuando se retiraba luego de darle muerte al contraalmirante Hermes Quijada, uno de los cómplices de la masacre de Trelew . Pero al rato, volvía a mi celda que compartía con Paco Urondo, y nuestro poeta me invitaba a charlar con Julio Cortázar, que venía a visitarlo. Y luego, a la noche, nos trenzábamos en discusiones políticas frontales que me desesperaban. La organización político-militar de cuya fundación había participado no comprendía la gravedad que significaba continuar la guerra de aparatos con la derecha. Seguía abrazada a las armas y continuaba desafiante el proceso que la llevaba inevitablemente al enfrentamiento con Perón al pretender disputarle la conducción del movimiento. Al atardecer del 25, la puerta de la celda que estaba entornada se abrió violentamente y apareció con los brazos abiertos y una inmensa sonrisa Juan Manuel Abal Medina. Ese es uno de los abrazos más importantes de mi vida. Sentí que los dos, en el otro, abrazábamos a Fernando. Luego la noche se llenó de afectos, apretones y besos. Decenas de compañeros que parecían miles me llevaban en andas, antes de salir siquiera del pabellón y de mi emoción. Caminaba abrazado con Iván Roqué hacia la libertad lleno de alegría pero con las preocupaciones señaladas. Ellos, mis hermanos, mis queridos compañeros con quienes compartía el reconocimiento reparatorio del cariño popular, seguirían en Montoneros, convencidos de que había que condicionar al gobierno popular aun a costa de dificultar la democratización del país. Esa noche rehusé ir al balcón de Avenida La Plata. Era Sabino crítico y también Montonero. Esa era mi historia. Pero me negué a abrazarme a esa conducción que ya era presa del exitismo armado, avalado por el perejilismo. Una “patrulla perdida”. Con mi compañera, nos refugiamos con Antonia Canizo y su compañero Pipo y fue volver a casa al cariño de los compañeros mas queridos. La primavera duró poco, y sin otoño, llegó el frío invernal que nos desgarró como pueblo y nos arrancó brutalmente la alegría. Hoy la estamos reconstruyendo y ya podemos ver las primeras flores. Vino cargada de pasiones y principios con Néstor y Cristina. 26/05/13 Miradas al Sur

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