domingo, 30 de junio de 2013

Macri y la redención cool de Palito Ortega Por Miradas al Sur contacto@miradasalsur.com

“Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez” Bernardo de Monteagudo ¿Qué merecimos para que el ex gobernador y senador tucumano, notorio artista colaboracionista de la dictadura, vuelva a ser considerado relevante? Vamos, vamos, cantorcito que andás de contramano. Tus letras siempre dicen que anda todo, todo bien. Te doy un consejo: aportá un poquito más, tu forma de pensar se quedó en el Club del Clan. Devolvele al pueblo la canción que le sacaste, ellos siempre están dispuestos a perdonarte” (León Gieco, “Cantorcito de contramano”, 1989). “Vení a la ciudad de todos los argentinos”, invita con su mejor sonrisa electoral el ahora lampiño Mauricio Macri –el bigote policial parece haber quedado en el recuerdo–. Allí está el simpático jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires reelecto en 2011 con el 64,25% de los votos, dispuesto a ser el mejor anfitrión. La banda de sonido del comercial que promociona las bondades turísticas de Buenos Aires (al menos en las imágenes, la “trama” del spot vincula con una ridícula historia de alguien que quiere recuperar su acento en donde fue concebido) retrotrae violentamente a los años ’60, cuando cierto cantautor tucumano, de origen humilde y sonrisa compradora, era uno de los músicos más populares de la Argentina. Tal vez el más popular, junto con Sandro y Leonardo Favio. Ha pasado mucho tiempo de aquello, tanto como de aquel país en que la tele era en blanco y negro, Onganía gobernaba y las familias compraban simples y long plays de Ramón Palito Ortega, el changuito cañero que llegó a la gran ciudad para cumplir su sueño que hacía realidad el “estilo de vida argentino”. Resulta curiosa esta asociación entre Macri, Palito Ortega y la canción en cuestión para este comercial bautizado “El hombre sin acento”, realizado por la agencia publicitaria Don, también encargada, entre otras campañas, de la publicidad electoral que promocionó la candidatura de Miguel Del Sel (otro muchacho como todos nosotros, dicen). Aquí habría que inferir que se trata de una jugada reiteradamente utilizada como recurso comercial, que orienta la identificación del producto a vender con una canción de otro tiempo que enganche a los más jóvenes y encienda la nostalgia en los más veteranos. Sin embargo, está claro que el jefe de Gobierno porteño no es “un muchacho como…”. Por ejemplo: un muchacho como cualquiera de nosotros, ciudadanos de a pie, no vivió de la fortuna familiar acumulada alrededor de los contratos de concesión que el gobierno militar le otorgó a la empresa constructora familiar. Tampoco, como cuentan algunos de sus ex compañeros del Colegio Cardenal Newman, un muchacho como cualquiera de nosotros hubiera podido invitar a sus amigos un viernes para viajar a Europa a ver una carrera de Fórmula 1 el domingo y volver el lunes para contarlo en el aula del augusto colegio de San Isidro. ¿O es que están diciendo que se trata de un muchacho “que vive simplemente”, nada más? No se sabe, aunque bien podría argumentarse también que Macri no tiene que ver con la canción de Palito, que no es un muchacho como el resto, algo que ni siquiera está sugerido en el comercial. Que solo se trata de ponerle música ligera a una promoción turística de Buenos Aires. Polémica elección, por cierto. Que asalta los oídos: Palito le pone la banda de sonido a la ciudad de Mauricio. Y que tiene un antecedente directo y concreto ocurrido en el reciente verano porteño. Auspiciado, organizado y promocionado en el marco de los espectáculos gratuitos que la ciudad ofreció en el espacio público, Palito Ortega cantó en un escenario montado al lado del Obelisco, con transmisión en directo del canal independiente Todo Noticias. Es decir, si Daniel Scioli tiene a Pimpinela como artistas fetiche y parte fundamental de su imagen cultural, Macri respondió con la incorporación de Palito Ortega. Indudable asociación de populismo kitsch con fines pretendidamente electorales, es lo que debe inferirse. Parte del estilo PRO de hacer política, aunque esta columna no pretende meterse en esas aguas profundas. Ahora bien: ¿qué merecimos para que el ex gobernador y senador tucumano con dudosos balances de gestión, artista colaboracionista de la dictadura (recordarlo vestido de militar naval, o como parte de los comandos azules paramilitares, tal como protagonizó en cine y todavía puede vérselo de vez en cuando en Volver) sea considerado nuevamente relevante? Es decir, ¿por qué Palito Ortega volvió a ser cool? ¿Por sus hijos, algunos talentosos (Luis, el cineasta por ejemplo), otros con indudable olfato industrial (Emmanuel, otrora estrellita de la canción latina; Sebastián, el productor de Graduados y otras series televisivas del alcance masivo)? ¿O por sus hijas (Julieta, la actriz; Rosario, la cantante “sensible”)? ¿O porque ayudó a Charly García en su proceso de rehabilitación? No es suficiente para esta especie de redención que se estableció en consenso durante los últimos dos años. La “reaparición” de este personaje, que volvió a editar un disco tratando de reivindicar sus inicios presuntamente rockeros y la idea de relacionarse con el mismísimo Elvis –el disco se grabó en los míticos estudios Sun de Memphis, con algunos de los músicos que formaron parte de aquellas sesiones del verdadero Rey–, le valieron generoso espacio en medios dominantes para ubicarlo como “el Rey” argentino o algo así. Parte de esa campaña, que incluyó un recital en el Luna Park (tampoco es un gran mérito, hoy, llenar el estadio de Bouchard y Corrientes), lo puso en la mira del gobierno de Buenos Aires y su programa de cultura gratuita. Aquí se tiene la imagen del cantante, de anteojos oscuros a plena luz del día como para agigantar su categoría de estrella, al momento de declarar cuán feliz y halagado se sentía por concretar ese recital pagado desde las arcas públicas. En este tiempo en que se discuten sobre cuánto y cómo cobran algunos músicos al Estado, éste es otro ejemplo de aquello. Pero no es allí dónde se apunta. En verdad, el aporte de Palito Ortega a la música popular argentina es más bien escaso: apenas un par de canciones con estribillos pegadizos apropiados para un tiempo y un país en particular, muy lejano en la historia vista desde hoy, segunda década del siglo XXI. Ya (casi) nadie se acuerda. Capítulo aparte merece el período político en la carrera pública de este señor que nos quieren hacer creer es nuestro Elvis. Fue electo gobernador de Tucumán por el menemismo, ungido para destronar al malévolo general Bussi. Allí se dio su primera redención: como enfrentaba a la bestia, se convirtió en la opción menos vergonzante y dolorosa. Gobernó entre 1991 y 1995, los años de esplendor de la convertibilidad. Después fue senador por su provincia y le cupo el dudoso protagonismo en la causa por coimas en la Cámara alta, de lo que luego se desdijo en su declaración judicial años después. Y para rematar la faena, fue compañero de fórmula de Eduardo Duhalde por el Partido Justicialista para las elecciones presidenciales de 1999 que consagraron presidente a Fernando De la Rúa. “Cuando perdimos, pensé que la misión estaba cumplida. No se podía aspirar a más y ya no tenía tanta fuerza para seguir en una profesión que exige mucho esfuerzo físico personal y compromete a la familia”, dijo en ocasión de una reaparición política en 2010, nada menos que para acompañar al aspirante a gobernador de Salta, el inefable diputado nacional Alfredo Olmedo, el mismo que declaró esta semana “hoy en día los jóvenes roban para drogarse, el delincuente está en la calle y la sociedad está entre rejas”. Se puede concluir que, como ya le sucedió felizmente a la señora Mirtha Legrand aunque ahora se anuncie su enésimo regreso, hay ciertos dinosaurios de la cultura popular argentina que no merecen olvido ni perdón. O, en todo caso, y como toda respuesta, deben ser tratados con indiferencia. Notoriamente Legrand y Ortega fueron la cara de la industria del entretenimiento en el período más siniestro de la historia argentina, prestaron su imagen y cualidades artísticas para maquillar aquel rostro perverso. Hay que resistirse a considerar a un veterano y mediocre cantante con hijos en vidriera de exposición mediática, con oscuro pasado colaboracionista y, para colmo, dudosa actuación en el ámbito público, un viejito piola. No lo es. 30/06/13 Miradas al Sur

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