viernes, 30 de agosto de 2013

Quid prodest Siria, guerra química, intervención militar.

Las sombras se adensan en el torturado panorama del Medio Oriente. Washington y la Unión Europea preparan la intervención militar en Siria. La locución latina del título alude al principio inductor detectivesco que hace que el investigador de un crimen tome, como primera orientación para buscar al responsable de un hecho delictivo, a la persona o institución a la cual beneficia la comisión del mismo. A esta premisa hizo mención el Papa cuando, ante las noticias que llueven desde Siria en el sentido del uso de armas químicas contra la población civil, aconsejó no adoptar resoluciones apresuradas y tomar en cuenta en primer término a quien o a quienes podrían favorecer los desarrollos que se producirían a partir de la generación de ese episodio. Este prudentísimo consejo es una de las pocas cosas sensatas que cupo escuchar por estos días en torno al tema. Un par de meses atrás el presidente Obama fijó como “línea roja”, cuyo traspaso Estados Unidos tomaría como “el límite de su paciencia”, un eventual uso de gases tóxicos contra el pueblo sirio de parte de su presidente Bachar al Assad. Ahora ese límite parece haber sido transgredido y desde muchos ángulos del espectro imperialista se oyen voces para acabar con el “monstruoso” régimen de Assad recurriendo a la intervención militar. Esta consistiría en un bombardeo con misiles Tomahawk en primer lugar, eventualmente seguido por acciones aéreas dirigidas a crear una zona de exclusión en el cielo sirio, y luego por ataques puntuales sobre los objetivos donde se acumularían las armas de destrucción masiva.(1) Mientras tanto se reforzaría de manera abierta la provisión de armas, pertrechos, comandos especiales y jihadistas reclutados en todos los rincones del mundo árabe, que se ha estado practicando desde principios del conflicto, a fin de socavar y finalmente derrumbar al régimen. No se excluye la eliminación física de Assad; después de todo varias figuras, entre las más importantes de su gabinete, han sido eliminadas ya con el recurso a la bomba. Si el gobierno de Damasco estuvo detrás del ataque con armas químicas según se aduce, habría procedido entonces de manera evidente en contra de sus propios intereses. Y es aquí donde el consejo del Papa Francisco cobra todo su valor: “Cui bono?”: ¿a quién estaría favoreciendo ese siniestro procedimiento? La respuesta cae de su peso. Favorecería a quienes están deseosos de profundizar el caos en la región, destruir al régimen baasista y preparar el ulterior asalto a Irán. Los problemas que se suscitarían a partir de una iniciativa que preconizan los voceros del partido republicano, la derecha demócrata y los correveidiles de la Unión Europea –mención especial merece el presidente francés François Hollande, quien clama por intervenir de inmediato, con seguridad para reeditar sus lauros de Libia-, serían múltiples, y afectarían no sólo a los sirios, que padecen el horror cotidiano desde hace dos años, sino a toda la región, comprometiendo asimismo de una manera directa a Rusia. Esta vería sellada la suerte de su base en Tartus, sobre el Mediterráneo, cosa que corroboraría una hostilidad occidental que busca expulsarla del Medio Oriente y hostigarla, con fines separatistas, en varias zonas del Cáucaso. Se completaría así el acoso que se le practica en su frontera occidental, donde Estados Unidos ha conseguido la secesión de Ucrania, la incorporación de los ex países satélites a la UE ampliada y ha sancionado la instalación de baterías de misiles antimisiles en Polonia y la República Checa. Con lo que se pondría en condiciones de asestar un primer golpe al minimizar la capacidad de réplica de su enemigo potencial. En rumbo de colisión De esto se habla poco en la prensa internacional. Todo lo que se escucha son clamores acerca de la necesidad de acabar, en nombre de los derechos humanos, con los tiranos que agreden a su propio pueblo. Todo induce a suponer, por lo tanto, que Washington se mantiene impertérrito en el rumbo tomado después de la caída de la URSS, rumbo reforzado tras el ataque a las Torres Gemelas, espléndido pretexto para comprometer de cabeza y a ciegas al pueblo norteamericano en un curso de acción dirigido a lograr la hegemonía global. Hasta ahora ese plan ha provocado algunos problemas al establishment norteamericano, pues las guerras de intervención pronto dejan de ser populares, y se debe luchar al mismo tiempo con una recesión económica importante. Pero esta misma representa un acicate para perseverar en el curso asumido: las armas son el recurso necesario para sostener una estructura global que está dejando de ser unipolar para convertirse en multipolar, y para procurar anabólicos que mantengan a la economía en marcha. Si la crisis financiera persiste, ello no obsta para que el presupuesto militar de EE.UU. se mantenga en alrededor de los 500.000 millones de dólares por ejercicio anual. La decisión de intervenir en Siria no es simple, sin embargo. Los argumentos para hacerlo son, como hemos señalado más arriba, especiosos. Es poco probable que el gobierno sirio haya decidido suicidarse apelando al recurso de las armas químicas en los suburbios mismos de Damasco y, además, si la utilización de esos ingenios infernales se ha producido, como parece ser el caso, es posible que el origen de la agresión esté del otro lado, en la Brigada del Islam que se mueve en los alrededores de la capital. Aunque esta es una información a la que se ha dado poco espacio en la prensa, durante la reunión del Consejo de Seguridad para tratar el tema del bombardeo con armas químicas, el embajador ruso sorprendió a sus colegas exhibiendo fotos satelitales que mostraban el disparo de dos obuses desde la zona rebelde de Duma impactando en las zonas controladas por una facción rival a la hora en que se informó se produjo el ataque químico. ¿No pudo tratarse de una carambola a tres bandas de parte de los islamistas, para deshacerse de sus enemigos en el seno del movimiento insurgente y, al mismo tiempo, atribuir al gobierno sirio la comisión de un acto que suministraría a los occidentales el pretexto para una intervención? Los jihadistas disponen de armas tóxicas, según lo ha afirmado la ex fiscal del Tribunal Internacional de la La Haya, la suiza Carla del Ponte. Las variables Son datos difíciles de comprobar, pero las declaraciones de la Casa Blanca en el sentido de que “quedan pocas dudas de que el gobierno sirio ha usado armas químicas contra la oposición” y que la autorización de este para que los inspectores de la ONU ingresen a la zona afectada “llega demasiado tarde para ser creíble”, implican que Washington está creando el sustento jurídico que le permitiría arrogarse el derecho a intervenir. Cuál será el grado de este involucramiento, cuál es en el fondo la posición de Barack Obama en torno al tema, si está decidido a ir a por todo o si está cediendo tácticamente a la presión de los halcones republicanos y de los de su propio partido, es cosa imposible de saber. De cualquier manera, los movimientos diplomáticos y militares preanuncian algún tipo de intervención. El secretario de Estado John Kerry dijo el lunes que el uso de armas químicas por al Assad era innegable y que la administración Obama entendía que el gobierno sirio había demostrado una “obscenidad moral” que golpeaba la conciencia del mundo. Lo acusó del asesinato indiscriminado de civiles y de haber cometido un crimen cobarde. Será difícil volver atrás después de pronunciar estas palabras. Los contactos de Obama con el primer ministro británico, David Cameron, con el presidente francés François Hollande; el viaje del ministro francés para la Defensa a Qatar y a los emiratos árabes para coordinar políticas de intervención, y el reforzamiento de las unidades navales estadounidenses que navegan al largo de la costa siria con un nuevo destructor portador de misiles de crucero, dan la sensación de que algo habrá de suceder en los próximos días u horas. En sentido contrario a la intervención se han pronunciado Rusia y China. La primera a través de Vladimir Putin y del ministro de Relaciones Exteriores, asombrándose de que Washington esté extrayendo conclusiones sin esperar siquiera el informe de los expertos de la ONU que están sobre el terreno, y la segunda recomendando no tomar decisiones apresuradas. Lo mismo ha hecho el Vaticano, como hemos señalado al principio (el Papa teme por la suerte de los cristianos del Medio Oriente), y por fin Irán, que se sabe amenazado directamente por una intervención occidental y cuyo gobierno ha señalado que la “línea roja” para él consistirá en un ataque directo contra su vecino y aliado. ¿Qué cabe esperar de verificarse la hipótesis bélica? Rusia, a través de su ministro de relaciones exteriores Serguei Lavrov ha especificado que su país no está en condiciones de entrar en ninguna clase de guerra, ni siquiera por defender a Siria. Pero después de emitir tres vetos que impidieron que se la condenase en el Consejo de Seguridad y preocupado por la presión y la política de cerco a que se ve sometido, el Kremlin no se quedará cruzado de brazos. Sería de esperar, en consecuencia, una intervención indirecta, con provisión de armas y provisiones, tal como lo hicieron la URSS y China con Vietnam en ocasión de ese conflicto. En cuanto a Irán, no cuenta con la fuerza de la que dispone Rusia, pero no deja de ser una potencia militar de importancia y dispone de proyecciones político-militares en todo el Medio Oriente. El activismo de Hezbollah, ya expresado en su participación al lado del ejército sirio en la recaptura del vital centro de comunicaciones de Quseir, al lado de la frontera libanesa, podría incrementarse en gran escala y determinar que rebrotara el incendio confesional en el Líbano. Así las cosas, una expansión del conflicto sirio al conjunto del Medio Oriente es una hipótesis que no se puede descartar. Sobre todo si el agravamiento de la situación en ese país se da con el agudizarse de la tensión en Egipto. Todo indica que la crisis irá en aumento. Nota 1) Un proceso por etapas permitiría ir tanteando el terreno y evaluar el grado de la reacción rusa que ese procedimiento provocaría. (Fuentes: Reseau Voltaire, The New York Times) www.enriquelacolla.com

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