lunes, 26 de mayo de 2014

Fulbito Martín Rodríguez

Todos hablan del que no está en la lista. La lista de Sabella es como la unión de FAUNEN: ¿y Macri? ¿Y Tévez? La discusión sobre Tévez es una de las enormes pasiones que me pierdo. Me cae bien el Apache, un crack. A la vez, su persona pública lo pone en el borde de un pequeño rictus maradoniano con el que la sociología se solaza. Messi es un crack sin relato social. El problema argentino con Messi es el problema de la literatura del fútbol: ¿cómo construir o combinar esa maravilla técnica con ese “plus”, esa “mano de Dios”? Decirle que sí a 30 es decirle que no a cientos.
Impresión: este es el mundial menos climatizado de los últimos años. Un mundial es una canción. Y todavía me suena mejor la voz de Shakira del sudafricano que este mejunje de ritmos con el gran Ricky Martin que no se sabe para dónde va. Mi dilema como padre será incentivar o no (o al menos hasta dónde) en mi hijo esa expectativa arrasadora que hace a una vida “eso que pasa entre mundial y mundial”. Soy de la quinta que nació al mundo en el estadio Azteca: el año más lindo del mundo, el 86. Después el 90, un dolor enorme, pero la ratificación de que siempre estaremos ahí, en la pelea, entre los primeros, aunque la campaña antiargentina eterna nos cobre un penal en el último minuto. El mundial 94 tuvo a Maradona, su doping y el “corte de piernas”, y si bien el escándalo tapó el bosque, es inolvidable que la formación de esa selección de Basile resultaba insuperable: estábamos para ganarlo plenamente. Pero en 1998 empezó la grisura infinita de los mundiales: la discusión del pelo largo y la puja legal por incorporar a Navarro Montoya fueron el comienzo del ciclo olvidable. El 2010 tuvo a Maradona afuera de la raya, en una conducción futbolística honesta y menor. Era el mito, era la última película de ese Favio. La última postal es su abrazo con Dalma en un pasillo después de la goleada alemana. Y sí: Alemania cerraba el círculo de Maradona una vez más.
Soy un futbolero recuperado. Fui muy de chico, como casi todos los varones educados por un padre bostero. Con mi hermano esperábamos El Gráfico, leíamos los análisis, partido por partido, y fue mi primera poesía: la palabra “discreto”, la palabra “intenso”, la palabra “regular”. La prosa de Juvenal. Calificaciones mucho más sugestivas que las de la escuela. Después, no sé, la adolescencia, la música, la literatura y la política decoraron mi desierto. Me perdí del fútbol, que es decir: “me perdí de una porción de las conversaciones”. La política se volvió un tema. Y yo creo eso para la vida del varón: siempre hay que tener un tema del que hablar en la barra de un bar. Aunque ese bar sea ahora el TL de Twitter. No importa. Pero siempre hay que estar así, ahí, pescador de mediomundo en algún río revuelto de las conversaciones. Un día el fútbol, otro día la política. La vida también se hace entonando una que sepamos todos.
Es martes, me siento en la parrilla de Maipú donde voy a comer día por medio. Es martes. Salgo a las dos de la radio donde trabajo. A veces vamos en grupo, a veces somos dos. Casi siempre solo. Y cuando voy solo uso la barra. Y le saco tema al parrillero. ¿De qué se habla? De la lista. Y le digo: “¿sabés algo de la lista de Sabatella?”.
La puta que los parió.
La política es lana de vidrio. La política es una cosa de locos. Es un pullover. AFSCA versus AFA en mi cabeza. Las siglas dan vueltas como luciérnagas. Hay que estar preparado. Hay que afinar las letras. Se viene el Gran Congreso de la Lengua Nacional. Un mes. Siete partidos. Recupero mis sueños intactos.

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