lunes, 30 de junio de 2014

Las venas abiertas de América latina

Así como el oro y la plata fueron el objeto del saqueo en la Colonia, la generación de deuda externa en los países de la región es hoy una herramienta para reforzar su dependencia.
En su clásico libro, Eduardo Galeano sostiene: “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”, y agrega: “Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta”. Y pareciera que esta situación no ha cambiado para la región, que antes proveía de oro y plata a la acumulación originaria del capitalismo europeo, tal como lo describió Carlos Marx en El Capital, y que en la actualidad provee de divisas al voraz capitalismo financiero internacional, con epicentro en Estados Unidos.
Colonialismo. Cabe destacar, que el proceso de endeudamiento externo fue un mecanismo utilizado para generar una relación dependiente de las economías latinoamericanas, desplegado por Gran Bretaña desde 1820 hasta 1930 y posteriormente por Estados Unidos desde 1945 a la actualidad. La dependencia financiera genera un comportamiento cíclico vinculado a las fases económicas de los países desarrollados, que básicamente trasladan sus excedentes financieros a otras plazas en momentos de caída de tasas de ganancia en las economías centrales, pero cuando se contraen los precios de materias primas o aumenta la tasa de interés en el mercado internacional, huyen de las regiones subdesarrolladas provocándoles crisis financieras. En definitiva, cuando las fuentes de crédito se secan, entran en recesión y los Estados realizan ajustes por la restricción de divisas.
Esto echa por tierra argumentos que sostienen que la crisis de la deuda es por el “mal gasto” de gobiernos populistas que hacen “clientelismo” y no cuidan sus cuentas públicas. En realidad, las crisis se producen por los límites impuestos a las economías latinoamericanas, ya sea por la dependencia externa a los precios internacionales de sus exportaciones como por las restricciones que ejercen los gobiernos centrales, especialmente Estados Unidos, con límites de refinanciamiento o incremento de tasas de interés para repatriar capitales. En definitiva, las crisis son generalmente provocadas por una recesión o por un crack que golpea a las principales economías industrializadas.
La culpa es de la derecha. Además, cabe señalar que durante las grandes crisis que sufrió la región, los países estaban dominados por la hegemonía de fuerzas liberales. La padecieron los incipientes gobiernos latinoamericanos con la sobreproducción de mercancías británicas en 1826 y las repúblicas conservadoras con la depresión en 1873. Sin duda, la más crítica fue en 1930, que encontró al continente altamente endeudado, porque los títulos emitidos especialmente por Brasil, Argentina y México cotizaban en alza, por la confianza de los financista en el crecimiento de las exportaciones de estos países. Lo interesante de esta crisis es que 14 países latinoamericanos decidieron no pagar la deuda y así comenzaron una fase expansiva de crecimiento en América latina.
Conformado el nuevo orden internacional fijado por el Bretton Woods, formado esencialmente por el Fondo Monetario Internacional-FMI, el Banco Mundial-BM y la Organización Mundial de Comercio-OMC, Estados Unidos asumió el liderazgo de la economía mundial capitalista y los países que se habían negado a pagar la deuda finalmente negociaron con los acreedores reducciones sustanciales del stock de capital y facilidades para la cancelación, lo que permitió su reintegró al sistema financiero internacional en una nueva fase que los volvería a condicionar.
Neocolonialismo financiero. Durante los ’70, el endeudamiento no lo llevaron gobiernos populares sino feroces dictaduras cívico-militares que generaron un nuevo marco del endeudamiento, especialmente porque los niveles alcanzaron casi el 50% del Producto Bruto de la Región y hasta tres veces su cantidad de exportaciones. Entre el período 1975 a 1980, la deuda latinoamericana con los bancos comerciales aumentó a una tasa anual acumulativa del 20,4%, llevando la deuda externa de U$S 75 mil M en 1975 a casi U$S 320 mil M en 1983, dejándolos en un monto de capital sencillamente impagable y obligando a los países a remitir servicios por intereses, que pasaron de U$S 12 mil M en 1975 a más de U$S 66 mil M en 1982. Se estableció así una relación neocolonial, donde la región tuvo una profunda sangría de recursos, con casi US$ 210 mil M de monto negativo en los ochenta, sumado a fugas de capital que van entre U$S 100 a 300 Mil M.
Y cabe insistir en romper con el mito neoliberal que acusa al populismo por el endeudamiento, porque esta fase se da con dictaduras cívico-militares en la mayoría de los países y producto de un shock externo que comienza con la salida de la convertibilidad por parte de Estados Unidos en 1971 y los petrodólares provocado por la acumulación de capital de los países petroleros que inundaron las plazas financieras desde 1973, lo que significó para la región una avalancha de créditos que en algunos casos costearon inversiones de desarrollo, como en Brasil, pero en la mayoría se derivaron a acciones especulativas que estallaron cuando la fase expansiva se retrajo y los países centrales comenzaron a demandar nuevamente capital a partir de 1980, por lo que queda claro que los orígenes del endeudamiento están íntimamente ligados al ritmo de la economía mundial y principalmente a los países industrializados.
Si bien durante los años noventa se implementaron diferentes planes de refinanciamiento, como los Bonos Brady con respaldo norteamericano, y procesos de privatización con capitalización de deuda, lo que implicó el saqueo de empresas públicas, las deudas se alivianaron en plazos pero no en montos. Además, a diferencia de los años 1970 y 1980, cuando la deuda estaba constituida principalmente por préstamos bancarios, América latina entró en una nueva fase de endeudamiento a través de títulos y bonos emitidos en los mercados financieros en las metrópolis, lo que provoca que hoy Argentina esté litigando en Nueva York, con tasas que siguieron procesos especulativos y no productivos.
Así, el endeudamiento en el continente prosiguió, el total de deuda en América latina y el Caribe, que abrió la fase con un nivel de U$S 32,6 mil M en 1970 y que se había disparado a U$S 257,3 mil M en 1980, alcanzando un monto de U$S 475,3 en 1990, de incrementos sólo por capitalización de servicios financieros, hacia el 2001 ya había instalado en los U$S 764,8 mil M en el 2001 y se estima que en la actualidad supera el billón de dólares. Y si bien algunos países presentaron una retracción del endeudamiento, como Argentina que en 2001 estaba en U$S 136,7 mil M y en 2011 logró bajarla a 122,9 mil M, la mayoría de los países siguió incrementando su endeudamiento. A todo este proceso, se deberían añadir la repatriación de capitales y las remesas de utilidades de las inversiones extranjeras, obviamente superiores a los montos de capital ingresados, junto a pagos de regalías y fugas de capital.
Necesidad de un arbitraje. Con la decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos, de rechazar la apelación de Argentina sobre el reclamo de deuda realizado por los “fondos buitre”, muestra la fragilidad institucional del sistema internacional condicionado por el interés del capital financiero que impone a cualquier precio el pago de sus mezquinos provechos. Si bien el Gobierno quiere encarar un sistema de pagos, que se centraría en el mismo esquema propuesto en los canjes anteriores, es necesario repensar una instancia de revisión de la deuda bajo un marco diferente de laudo.
Y esto no es una propuesta izquierdista, cabe citar a Adam Smith que en la Riqueza de las Naciones sostenía: “Que una quiebra limpia, abierta y confesada es la medida que a la vez menos deshonra al deudor y la que menos perjudica al acreedor”, dando a entender que existe un principio humano por encima del interés económico. Otro clásico, J. M. Keynes citaba a Silvio Gesell, un economista que centró su actividad intelectual en comprender la situación económica de Argentina en la década de 1880, especialmente luego de la crisis de la deuda con la Baring en el ’90, y que en sus reflexiones publicadas en un trabajo de 1891 sostenía como necesario “la reforma monetaria como puente hacia un Estado Social”.
Por eso, el manejo requiere salir de una lógica judicial y pasar a un planteo de política internacional. Es un buen camino plantear el tema en Naciones Unidas, lograr apoyos en la Unión de Naciones Sudamericanas y de los socios latinoamericanos. En esa línea, Kofi A. Annan, premio Nobel de la Paz y ex Secretario General de la ONU, afirmaba que: “Propondría que en el futuro consideremos un enfoque totalmente nuevo para tratar el problema de la deuda. Entre los componentes principales de tal enfoque debiera figurar... un procedimiento de arbitraje sobre deudas para equilibrar los intereses de acreedores y deudores”. Incluso cabe sostenerlo en los mismos sistemas financieros internacionales, para replantear un sistema que desangra a la región e incluso al planeta.
No es nada descabellado, incluso es un derecho que tienen los municipios norteamericanos, que bajo el derecho de insolvencia pueden renegociar sus deudas en base a las responsabilidades que tienen y los derechos humanos a garantizar. Porque sólo así, las venas latinoamericanas dejarán de estar abiertas.




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