miércoles, 29 de octubre de 2014

Dilemas de la cultura tinelizada Por Alejandro Horowicz

El conductor es la prueba fehaciente del confortable nivel de esquizofrenia del discurso mercantil. Se trata de saber si algún tipo de indignación colectiva aún es posible.

En nuestros debates, compañeros,
tengo a veces la sensación
de que hemos olvidado algo.
No es el enemigo.
No es la línea de conducta.
No es el objetivo final.
No figura en el «Curso breve».
Si no lo hubiéramos sabido nunca
no habría lucha.
No me preguntéis qué es.
No sé cómo se llama
.
Lo único que sé
es que hemos olvidado
lo más importante.


"Mala memoria", de
Hans Magnus Enzensberger

Marcelo Tinelli, quien lo ignora, ha recibido una distinción de la Legislatura porteña. Distinción que en el pasado reciente obtuvieron otros representantes de la cultura, como Juan Gelman. La discusión sobre si Tinelli forma o no parte de la cultura roza lo anacrónico. Así como Stefen King, aunque le pese a Harold Bloom, forma parte de la cultura, Tinelli lo hace; aunque este último no tenga exactamente el talento de King. Ahora bien, se trata de saber de cuál parte de la cultura, porque en este caso la premiación no supuso reconocer una obra poética. Voy a adelantar una hipótesis: Tinelli forma parte de la idea de cultura que Mauricio Macri y la mayoría de los legisladores porteños comparten: la cultura del éxito instantáneo, la que mercantiliza todo, la mayoritaria e imperante, la de los intendentes, la cultura oficial.

Hace ya unos cuantos años, cuando Torcuato Di Tella era secretario del ramo de Néstor Kirchner, sostuvo que la cultura no era una prioridad K. Tuvo que desdecirse. Ningún gobierno admite en público lo que el presupuesto declama todo el tiempo. Basta mirar los montos otorgados para el pago de los premios nacionales, y compararlo con el salario de un funcionario de segundo orden para entender. El respeto por una labor, bajo los patrones del capitalismo imperante, pasa por su retraducción en dinero. En ese plano, tanto la rica Ciudad de Buenos Aires, como el gobierno nacional, hacen exactamente lo mismo: pagan lo menos que pueden y si pueden no pagan.

Recordemos, durante años y años los premios nacionales ni siquiera se otorgaron. Y en la Ciudad, los premios vitalicios, hace más de dos años que no se ajustan y los premiados se ven obligados a denunciar a las autoridades para obtener una corrección que hasta el último administrativo consigue sin más. Un escándalo que no escandaliza. Es que una cosa son los escritores laureados, que difícilmente añadan impacto de prensa, otra trepar hasta la tapa de los diarios con la foto de Macri y Tinelli. De eso se trata, de alcanzar impacto mediático, y lo demás argumentos para la gilada.

POLÍTICA, CULTURA Y VALORES. Jorge Rial es un periodista de la farándula. En el cumpleaños de 15 de su hija, los invitados restallantes ocuparon las mesas centrales. Sergio Massa y Martín Insaurralde se hicieron presentes. Jesica Cirio, pareja de Insaurralde, aprovechó las luces del evento para subrayar el acuerdo de ambos diputados. Con picardía se preguntó, en el escenario obviamente, que estarían tramando juntos. Esto es, utilizó una fiesta privada con adecuada visibilidad pública, para dar a conocer un acuerdo político. Acuerdo que afecta el equilibrio interno del Frente Renovador, ya que Insaurralde sería el candidato a gobernador del proyecto Massa presidente.

Hace tiempo sostuve que la política en la Argentina era un debate entre intendentes. Con partidos al borde de la extremaunción, los intendentes mandan. Las coaliciones políticas son federaciones de intendentes en derredor de un candidato nacional con capacidad de tracción electoral. Con buena imagen pública. Es posible añadir que los valores de los intendentes, en esos acuerdos, no juegan un papel menor. Ese horizonte compartido hace del éxito el axioma supremo. Vale para la política, vale para la cultura. También cabe recordar que cuando la presidenta eligió un periodista no oficialista para un reportaje televisivo optó por Rial.

No dice poco. No se trata de ningunear a un profesional exitoso, sino a entender los valores sobre los que reposa semejante decisión. Después de todo, tanto Insaurralde como Massa fueron en su momento decisiones del oficialismo. En materia de valores la sociedad argentina no resulta enigmática. Un valor presuntamente universal, la honradez pública, sirve para transparentar el tema.

Entonces surge la pregunta envenenada; ante el hipotético pago de coima: ¿pagar o no pagar? "Si un acto de corrupción está destinado a obtener una aprobación (por ejemplo, una habilitación municipal) maliciosamente retenida, ¿es censurable la actitud del empresario que paga la coima?" "¡Epa!", soltó el economista Tomás Bulat, al ver la respuesta casi instantánea en las pantallas: el 53% decía que "siempre" era condenable, pero un inquietante 47% se dividía en "sólo en casos extremos" (28%) y "nunca" es condenable (19 por ciento). Los directivos empresarios que asistieron a la segunda jornada del Coloquio de IDEA nos hacen saber qué piensan e indirectamente cuál es su práctica en materia de corrupción, en otras palabras, cuánto vale su honradez.

Un abrumador 100% acababa de contestar que prefería cohesionar la Argentina "por valores" antes que "por ideología". Ahora los "valores" a que remiten abandonan el brumoso reino de los intangibles. José Nun, ex secretario de Cultura K, aportó el comentario más incómodo de la tarde: "Dios se ríe de quienes se quejan de las consecuencias mientras participan de las causas."

¿Así piensan los empresarios, y el resto de la sociedad? Más de la mitad de los argentinos tolera la corrupción de los dirigentes políticos si mejoran la economía, según una encuesta de la Universidad de Belgrano. El 55% respondió que le parece "aceptable" que un dirigente sea corrupto, si su gestión soluciona los problemas del país. En tanto un 40% consideró que es "inaceptable".

Además, el 52% admitió que la ley "debe respetarse sin excepciones", mientras que el 48% reconoce la posibilidad de no cumplirla.

En 2003, esta misma pregunta obtuvo otra respuesta: el 68% dijo que la ley debía respetarse siempre y sólo el 32% admitió que en ocasiones puede violarse. Otro resultado preocupante de la misma encuesta: el 58% dijo que es "aceptable" pagar una coima en la Aduana, para evitar el pago de impuestos a objetos comprados fuera del país.

El 86% de los interrogados estimó que el nivel de corrupción en Argentina es "medio o alto". El dato relevante es que la mitad de los encuestados admitió que consideraría la posibilidad de cometer un acto de corrupción si obtuvieran a cambio un gran beneficio económico. De modo que los gerentes de IDEA y los hombres de a pie no piensan tan distinto.

OTRA VEZ TINELLI. No es difícil demostrar cuáles son los valores que defiende Bailando por un sueño. Nadie los ignora. El programa exitoso de la televisión de aire no supone innovaciones de ninguna clase. Nos recuerda el porno soft, el teatro de revistas sin monologuista político, y la kermés de pueblo. Cuentos trillados, mezclados con anécdotas picantes. Nada que no se haya visto mil veces. Nos hace saber indirectamente el grado de esclerosis de la televisión de aire, de esa cultura televisiva.

Los críticos apocalípticos señalan que los testimonios de cultura son en simultáneo documentos de barbarie, tienen razón. Los integrados subrayan que ese juicio no hace las debidas diferenciaciones, y también aportan su cuota de verdad. Sin embargo, una realidad recoge ambos supuestos: hace demasiado tiempo que la prostitución permite mayores ingresos que la pediatría.

La cultura tinellizada acompaña la mercantilización de la vida, donde todos tienen un lugar y nadie debe hacerse cargo de su conciencia (como lo demuestra la encuesta sobre las coimas). Tinelli ya no es ni siquiera lo políticamente incorrecto –la Comunidad Homosexual Argentina felicitó al conductor por ponerse tacos y así "romper los estereotipos machistas"– sino la prueba fehaciente del confortable nivel de esquizofrenia del discurso mercantil. Se trata, por lo tanto, de saber si algún tipo de indignación colectiva todavía es posible. En ese dilema estamos.

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