martes, 19 de mayo de 2015

¿Quién puso a Dionisios en orsai? Por Conrado Yasenza*

El fútbol argentino está enfermo, ya no es un juego, no representa un proceso creativo que en armonía psicomotriz va aumentando su capacidad de elaborar situaciones inteligentes, de realización grupal. El futbol argentino está enfermo porque en su seno sobresale la ausencia de solidaridad, la pérdida de incluir a otro, a un compañero, a un contario, en la relación con uno. El fútbol argentino está enfermo porque, ante todo, los argentinos tenemos una forma enfermiza de vivir el fútbol, que es cultural-social, y que se valoriza desde los medios masivos de comunicación como el folclore que nos identifica.

El fútbol argentino está enfermo porque expresa un tipo de violencia social-institucional y política organizada. Hay un diseño de operaciones violentas que viene en aumento y que desconoce los propios límites del campo de juego para inscribirse como matriz cultural en el campo de la política, ya sea municipal, provincial o nacional.

En el medioevo el futbol representaba un “juego” en el que se enfrentaban dos poblaciones sin un campo delimitado y con un alto grado de violencia y de heridos, es decir, una especie de “guerra acotada” por el universo del juego. El tiempo histórico y las transformaciones sociales hicieron que el futbol tuviera reglas de interacción y se transformara en un evento de caballeros, hoy sin hidalguía.

Nuevas transformaciones políticas-sociales y económicas hicieron del fútbol lo que hoy es: Un negocio perverso. Este carácter perverso está inscripto en las características rudimentarias de espectáculo y consumo a las que se ve reducido el deporte en nuestros días. Todo lo que no constituye una necesidad básica humana tiene características perversas. Pensémoslo por un momento: ¿Qué es lo que se valora cuando un equipo pasa de ronda en un certamen? No la sensación de la victoria frente a un rival deportivo sino la cifra de dinero que ingresa a los clubes. El fútbol es una actividad monetarizada donde priman los conceptos de éxito o fracaso financiero. En el fútbol no hay diversión; hay sufrimiento e intereses económicos que retroalimentan el círculo enfermo de perversión-monetarización y violencia. El fútbol es una institución organizada en clubes y en esas organizaciones que son los clubes, se dirimen cuestiones o juegos de poder. Desde la organización social de una comunidad la pasión necesita ideología y afecto. Si en el fútbol prima ese carácter financiero, espectacular, mediático, donde siempre se está hablando de miles de pesos o millones de dólares, qué pasión puede inscribirse en esta institución que no sea la lógica mercantilista del capitalismo. La ideología es la del poder económico; el afecto es reemplazado por alienación. Allí reside la muerte del mito de la pasión futbolera. No hay pasión porque no hay una ideología de solidaridad, de compañerismo, de respeto entre profesionales, de lógicas creativas de los juegos grupales.

Esto es lo que se vivió en el partido de vuelta entre Boca y River por el pase a los cuartos de final de la copa libertadores. Se buscará contexto en esta nota que aluda al macrismo y al pacto político-judicial y económico de esa dirigencia con las mafias que habitan y lucran en connivencia con esa administración. Pero sería a la vez caer en un reduccionismo, en un simplificación de lo ocurrido, y por otra parte ya existen demasiadas crónicas que ponen el acento sólo allí. De hecho la sobreactuación del presidente de River Plate aportó su cuota de confusión al episodio.

¿Qué se observó en este nuevo límite transgredido? Una radiografía de los procesos de desintegración o descomposición de grupos de poder que no tienen como objetivo común el desarrollo de un deporte sino el crecimiento de organizaciones mediatizadas por el interés económico. Entonces, así se explica que todas las instancias de resolución de un conflicto generado por un hecho violento hayan fallado, si se las puede calificar como fallas. El conjunto de instancias deliberativas que se observaron prefiguraban el drama hegeliano en el que no se visualizaba una salida hacia adelante, o hacia los costados, o simplemente una salida. Así vimos cómo la terna arbitral no resolvía y buscaba apoyo en el delegado de la Conmebol, y éste a su vez consultaba a los técnicos y los técnicos le decían que por reglamento decidía él o los árbitros. Y así en una espiral sin fin mientras los buenos espíritus solidarios no abundaban por los alrededores del campo de juego y todo recordaba a la sentencia de San Agustín “No desprecies a tu cuerpo, allí habita tu alma”. Los buenos de espíritu se borraron porque el partido tenía que seguir. No importaron los cuerpos sufrientes de los jugadores de River. No. El negocio se pudría – está podrido – y con él las almas de esos otros jugadores y dirigentes que se desentendieron del compañero agredido. Allí no hubo pasión. Sólo se hizo presente la ideología del desamor, la falta de solidaridad, y la infame actitud de un deportista que selló su destino deportivo transmutándolo en socio de los violentos y de los alienados. Orión, un arquero que de constelación nada posee y sí de negativo socio del inframundo de las mafias llamadas barras bravas.

Como alguna vez me dijo el poeta y periodista Vicente Zito Lema: “Quién lucra con Dionisios ensangrentado? ¿Quién lo puso en orsai?

En la cancha de Boca, una noche de jueves de un mayo raramente primaveral, todos aquellos que escribieron un capítulo más del desconcierto organizado y de la organización de un poder que se viste de juego deportivo.


*Periodista. Director de la Revista La Tecl@ Eñe http://lateclaene6.wix.com/revistalateclaene

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